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Gogoan-por una memoria digna

~ Por una memoria digna como derecho de las víctimas y de la sociedad vasca en general. Una memoria que deslegitime la violencia y que sea pedagógica para prevenir situaciones como las vividas en Euskal Herria los últimos 50 años.

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El deber de memoria

28 jueves Oct 2021

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"Heridos y olvidados", asesinatos, colaboración con la justicia, deslegitimación de la violencia, El Diario Vasco, El Español, ETA, extrema derecha, Gabriele Nissim, GAL, Gesto por la Paz, Javier Marrodán, justicia, María Jiménez, Memoria, memoria histórica, pancartas, paz, silencio, Víctimas, violencia de motivación política, violencia policial, Zofia Kossak

El deber de memoria es un artículo escrito en junio de 2019 por Joseba Eceolaza, destacado político y sindicalista navarro. Es, además, escritor y una persona muy interesada en la memoria histórica y, también, en la memoria del periodo de violencia reciente en Euskal Herria. Por esta razón es miembro de Gogoan, por una memoria digna.


En este tiempo post-ETA el impulso de la memoria histórica, con sus valores y sus enseñanzas, es un buen guión para tratar de cerrar de la mejor manera posible un capítulo negro, otro más, de nuestra historia. Quienes vivimos aquí y ahora tenemos la ocasión de que las consecuencias del trauma de la violencia no se expandan a las siguientes generaciones. Sería imperdonable que volviéramos a cerrar en falso heridas o despreciáramos la memoria de las víctimas.

Y es que en todos los episodios de violencia de motivación política, se trabaja para que nadie se sienta en la tentación de volver a apretar el gatillo. Pero aquí la garantía de no repetición debería estar centrada en trabajar para que los valores que hicieron posible la violencia desaparezcan. En ese marco de preocupaciones la deslegitimación social de la violencia es lo prioritario, por urgente, por determinante.

La memoria es frágil y a veces no aguanta ni una generación. En el futuro quienes no han vivido la crueldad de la violencia, se pueden ver cautivados por la épica de la violencia que no se ha sufrido. Por eso, necesitamos ciertos anticuerpos para que no se extienda el odio, para que no sedimente, para que nadie vuelva a creerse en el derecho a decidir quién vive y quién no.

1993 manifestación Gesto por la Paz. Diario Vasco

Y la gente de Gesto por la Paz, que se enfrentó a la violencia cuando (casi) nadie lo hacía, constituye hoy un patrimonio moral que no podemos desperdiciar. La paz no la hicieron quienes militaron en ETA, de ninguna manera. La paz la hicieron quienes construyeron mentalidades de paz con sus pancartas y sus silencios. Ese, y no otro, es el motivo por el que la deslegitimación social de la violencia se ha extendido.

La paz no la hicieron quienes militaron en ETA, de ninguna manera. La paz la hicieron quienes construyeron mentalidades de paz con sus pancartas y sus silencios.

El deber de memoria, por eso, implica no solo tener presente lo horrible de la muerte violenta, es preciso tener en cuenta a quienes no callaron ante el terrorismo ni cuando les llovían tuercas e insultos.

En el deber de memoria juegan un papel importante los valores universales, aplicables incluso a situaciones que no nos gustan. Por ejemplo, supone una trampa ética enorme pedir que los crímenes ultras de la transición no queden impunes y sin embargo no exigirle a ETA que colabore en el esclarecimiento de los múltiples asesinatos pendientes. Esa desconexión ética es la que tenemos que quebrar, si queremos reconstruir todos los tejidos sociales rotos por años de violencia.

El deber de memoria exige anular la parte del relato que ha hecho que miles de personas le encontraran sentido a la barbaridad que supone el tiro en la nuca. Que ETA naciera en un contexto determinado no justifica su actuar. Matar, y seguir haciéndolo incluso una vez se murió el dictador, fue una decisión autónoma de ETA solo condicionada a su voluntad de imponer un proyecto político a la sociedad, una dinámica que no todos los antifranquistas ejercieron. Como se recoge en el libro “Heridos y olvidados” de María Jiménez y Javier Marrodán sobre las primeras acciones mortales de los años sesenta de ETA, hay que tener en cuenta que “matar a alguien fue una decisión meditada, debatida y acordada de forma mayoritaria”.

También el deber de memoria nos cuestiona en nuestros peros, porque ahí es donde se suele descubrir la inconsistencia ética, porque ese pero nos hace viajar a un túnel oscuro en el que la salida siempre es por la puerta falsa.

El deber de memoria apunta a evitar esa agotadora necesidad de hablar del GAL, o de la violencia policial cada vez que nombramos a ETA, como si una cosa compensara la otra, como si no supiéramos, no pudiéramos o no quisiéramos emitir un mensaje de solidaridad hacia el dolor sin más matiz que la cercanía humana ante quien ha sido agredido.

Rescatar y valorar, entonces, la importancia de Gesto por la Paz como nuestros “justos” locales hará que construyamos un futuro mejor.

Dice Gabriele Nissim sobre el pensamiento de Zofia Kossak en un libro genial que se titula «La bondad insensata» que esta, a pesar de su antisemitismo, llega a pensar que “los que mueren físicamente en Auschwitz, de los cuales incluso sería posible desentenderse, son los judíos, pero con ellos moralmente también mueren los polacos que les niegan ayuda”.

Diario Vasco. Acto de Gesto por la Paz en Zumarraga, 2004

Aquella gente de Gesto por la Paz asumió una responsabilidad personal frente a la intolerancia, porque quisieron elevar un mensaje moral de condena, a pesar de las consecuencias que implicaba hacerlo. Y eso nos conmovió incluso a quienes rozamos la violencia y nos pegamos de bruces contra su silencio.

Trabajemos, entonces, por la ética de una memoria responsable y coherente, las siguientes generaciones nos lo agradecerán, porque solo así romperemos definitivamente y para siempre la infinita cadena del odio, esa sin duda es la mejor garantía de no repetición.

¿Una paz sin ética?

20 domingo Dic 2020

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Arkaitz Rodríguez, El Correo, ETA, Etxerat, izquierda abertzale, Johan Galtung, Memoria, ongietorri, paz, Sortu, Víctimas

Ni paz con memoria, ni paz conciliada, ni paz positiva. Frente a estas legítimas aspiraciones, el riesgo al que nos enfrentamos la sociedad vasca es el de resignarnos a una paz sin ética.

Los últimos meses nos han dejado un reguero de homenajes a victimarios, de ataques a placas en memoria de víctimas y de declaraciones autojustificadoras que evidencian que en un sector de la izquierda abertzale hay una absoluta falta de asunción de responsabilidad por el daño causado durante décadas. Daño que rehúyen decir que fue injusto. Daño que tratan de compensar o neutralizar apelando a otros daños de diferente signo pero igualmente injustos. Daño que, incluso, vuelve a esconderse tras eufemismos como “lucha armada”.

declaraciones autojustificadoras que evidencian que en un sector de la izquierda abertzale hay una absoluta falta de asunción de responsabilidad por el daño causado durante décadas

Los últimos meses si algo se ha evidenciado en nuestra tierra es que la decisión de ETA de poner fin a su acción respondió a un mero cálculo táctico. A una cuestión de conveniencia que no de principios. Explicaba hace un par de semanas Arkaitz Rodríguez, Secretario General de Sortu, que ETA dejó de matar porque “el accionar violento no iba a lograr que se reconociese el derecho de autodeterminación”. Así explicado, su decisión en ningún caso respondió a la empatía con las víctimas o por sentir el enorme daño causado. Tampoco respondió al respeto a la voluntad mayoritaria de la ciudadanía vasca. Y ni mucho menos al convencimiento de los derechos humanos.

Esa ausencia de una dimensión ética en la decisión de abandonar la violencia, es la que se está manifestando estos últimos meses. Se manifiesta cuando no se duda en homenajear a personas con terribles historiales a sus espaldas. Esa ausencia de una dimensión ética es la que impide un acto de consenso el 11 de marzo para reconocer a todas las víctimas del terrorismo. Es la misma ausencia que impide avanzar en la ponencia de paz del Parlamento Vasco y construir una memoria compartida de nuestro pasado reciente.

Esa ausencia de una dimensión ética en la decisión de abandonar la violencia, es la que se está manifestando estos últimos meses. Se manifiesta cuando no se duda en homenajear a personas con terribles historiales a sus espaldas.

Es imposible obviar que la cultura de la violencia es una de las raíces de la violencia directa. En Euskadi hemos dejado atrás la parte más evidente y dolorosa, pero aún hoy perviven actitudes y discursos que extienden un sutil (o no) manto legitimador de aquel pasado. Con menos intensidad, con menos apoyo social… pero pervive precisamente en un sector notable y de ‘notables’ de la izquierda abertzale. Es evidente que ese manto legitimador resulta imprescindible para mantener tranquilas algunas conciencias. Porque esto va precisamente de conciencia: de empatizar con el “otro”, con la injusticia y el sufrimiento ajeno. De ahí que, muchas veces, los avances los protagonizan quienes también sufren. Las positivas declaraciones de la portavoz de Etxerat sobre los ongietorri son una buena muestra de ello.

El proceso de construcción de la paz en nuestra tierra está en esa fase que Johan Galtung identificaba como “re-culturación posterior al daño cultural”. Tenemos el reto de dotarnos como sociedad de una nueva cultura de la convivencia que excluya y proscriba el uso de la violencia. Nos hallamos aún en esa ardua labor de lo que Gesto por la Paz llamó la deslegitimación social de la violencia. Una tarea clave como garantía de no repetición de un pasado oscuro. Y es que cualquier resquicio que dejemos hoy en la deslegitimación de la violencia, ya sea porque no es unánime o porque es ambiguo, mañana será un potencial resquicio para que alguien vuelva a creer que es un medio válido para lograr fines políticos.

Tenemos el reto de dotarnos como sociedad de una nueva cultura de la convivencia que excluya y proscriba el uso de la violencia.

Y como suele ocurrir, las grandes tareas no admiten atajos. En esto es imprescindible que las instituciones, los partidos políticos, los agentes sociales y la sociedad civil organizada pongamos las luces largas. Es momento de tener firmeza y no ceder a la tentación de reconstruir la convivencia con prisas y pies de barro. Y al mismo tiempo toca tender la mano de forma sincera para que ese sector de la izquierda abertzale, más pronto que tarde, incorpore la dimensión ética de la paz que anhelamos la mayoría de este pueblo. Una incorporación que no admite ambigüedades. Una incorporación que no será más nítida por convertir determinadas palabras en fetiches o en un nuevo Rubicón, sino por asegurar la sinceridad del tránsito de una cultura de la violencia a otra de los derechos humanos que permita asentar una convivencia con una memoria digna.

Sergio Campo Lladó, consultor social y miembro de Gogoan, por una memoria digna

Este artículo se publicó en septiembre en El Correo

La tentación del olvido

25 domingo Oct 2020

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acercamiento de presos y presas, atentados, convivencia, deslegitimación de la violencia, ETA, homenajes, Memoria, paz, política penitenciaria, presos de ETA, terrorismo, víctimas del terrorismo, victimarios

Para superar de forma suficiente el trauma de la violencia hace falta abordar un sinfín de tareas. Especialmente importantes y urgentes son las que se refieren a la necesidad de desarmar la cultura de la violencia que penetró en capas amplias de nuestra sociedad. Sólo rompiendo todos los cautiverios mentales que hicieron posible una barbaridad como el asesinato, será posible rehacer todo el tejido social y moral roto por la violencia.

En ese camino hay dos elementos centrales donde nos la jugamos; la deslegitimación social de la violencia y la convivencia en una sociedad compleja y plural como la nuestra.

El reto de la paz y la convivencia exigen, al menos, tiempo, voluntad y un trabajo ético enorme. Y la necesaria deslegitimación social de la violencia es incompatible con expresiones públicas que homenajean o ensalzan la figura y la trayectoria de una persona de ETA que decidió matar o colaborar en ello.

Sin duda, el vigor de nuestra convivencia se medirá dentro de unos años, pero hoy sabemos que no hay tareas aplazables. La consideración hacia los victimarios y su presencia en el espacio público y, por lo tanto, la deslegitimación social de la violencia, es una asignatura todavía pendiente.

En este sentido, conviene no subestimar el efecto devastador que tiene en la memoria y la ética pública la presencia, todavía, de los homenajes a presos de ETA. Porque normalizándolos podríamos estar enviando un mensaje equivocado a las siguientes generaciones, pues a través de esos actos se nos traslada la imagen de una gente generosa ensalzada por su participación en una violencia que no se cuestiona, cuando la violencia es, sobre todo, un trauma.

Es absolutamente legítimo criticar la política penitenciaria de alejamiento y reivindicar el acercamiento de cualquier preso. Pero es bien distinto tratar acríticamente, como si fueran mártires de nuestros pueblos, a quienes cometieron graves atentados contra sus víctimas y contra la convivencia de la sociedad.

Abrir la puerta a una relativización de los atentados o a una nostalgia criminal es un mal camino para reforzar la convivencia, porque después de enterrar las armas una de las cosas más urgentes es anular la épica que existió hacia la violencia en buena parte de la sociedad.

La convivencia real se construye sobre la base de un escenario en el que los victimarios no sean considerados héroes. Y hoy, en el espacio público de muchos pueblos, se nos impone aún un desequilibrio enorme entre la presencia pública de los agresores (victimarios) y la presencia de las víctimas, lo que merece una reflexión sobre el uso de los espacios comunes y públicos (frontones, calles principales, etc.).

La paz exige actitudes a favor de la paz y estas tienen que ser constantes y permanentes. Proyectar valores conciliadores que refuercen la convivencia y la deslegitimación de la violencia es incompatible con estos actos de auto elogio en los que se desprecia nuevamente el dolor generado en las víctimas por los mismos a los que se homenajea.

El silencio de las armas tiene un efecto sonoro evidente; en él se oye con más nitidez el desprecio con el que a veces se ha tratado a las víctimas. Hoy sin embargo tenemos el deber histórico y ético de hacer las cosas de otra forma. En la nueva sociedad post ETA no caben más humillaciones hacia las víctimas. En esto no podemos seguir siendo prisioneros del pasado porque para avanzar como sociedad necesitamos extender la cultura de la deslegitimación de la violencia en toda la sociedad.

Además de ello, hay que tener en cuenta que la convivencia se construye en el espacio común, en la vida cotidiana, en el paisaje urbano, desde el respeto hacia quienes sufrieron la violencia, sin más matices que la cercanía al dolor de quienes se vieron en una diana. Por eso, los homenajes a los presos de ETA, que se realizan precisamente porque eran de ETA, deterioran la calidad de nuestra convivencia, porque la convivencia se basa en un ejercicio diario de empatía y afecto.

Hace años, hubo una suma de cegueras colectivas que nos hicieron una sociedad peor al no darnos cuenta de las humillaciones y la soledad por la que estaban pasando las víctimas. Por eso, el deber de memoria, la necesidad de convivir, implica necesariamente la honestidad de reconocer los hechos tal y como fueron. Porque si adecuamos el presente a un escenario que perpetúa la seducción hacia la violencia y, por lo tanto, hacia quienes la ejercieron cerraremos en falso lo sucedido.

Después de todo el trabajo que se ha hecho en la memoria histórica, hoy sabemos que pasar por alto este tipo de cuestiones siempre es la antesala de la desmemoria. No caigamos, otra vez, en la tentación del olvido.

Joseba Eceolaza, miembro de Gogoan-Memoria digna

 

 

Este artículo ha sido publicado en El Correo, El Diario Vasco, Diario de Noticias de Navarra

Abrazos y memoria

06 jueves Ago 2020

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Tras un par de días intentándolo, hemos conseguido contactar con Kamchatka y nos han dado espacio para continuar el debate. Se lo agradecemos.

Cinco apuntes sobre los abrazos a Josu Urrutikoetxea y la memoria democrática vasca

 

1. El abrazo como punta de un iceberg político y ético

Estos días se ha desatado un considerable debate, a raíz de un abrazo en redes sociales, de Bildu para el dirigente de ETA, y en su día de Euskal Herritarrok, Josu Urrutikoetxea, y que ha contado con la aportación de un interesante artículo de Jonathan Martínez. En cambio ha pasado más desapercibido el mitin de campaña de Bildu, de hace pocas semanas, en el que se leyó, desde la propia tribuna, un mensaje suyo musicado de apoyo electoral (buscar en Twitter: Josu Urritikoetxeak hauteskunde).

Aunque algunos se pierden en disquisiciones, sobre si el gesto del abrazo se ha hecho por su enfermedad actual o por su papel en el final de ETA, conviene no perder la perspectiva. Prácticamente todos y cada uno de los presos oficialistas de ETA han tenido su reconocimiento y homenaje, desde hace décadas y hasta hoy. Sirva de ilustración sobre el carácter político, no familiar, de esos ritos martiriales, el vídeo recientemente visto en redes, el enésimo, firmado, como suele ser más habitual, por Sortu (buscar en twitter: Kepa del Hoyo preso politiko galdakaoztarra). Los consideran sus “gudaris”, hoy por hoy sin ánimo de revisión crítica. No hay más. Es lo que hay. Y mejor abordarlo así, sin camuflajes, trampas, ni auto-engaños.

2. Con los señores de la guerra y contra los soldados rasos ‘conversos’

Jose Antonio Urrutikoetxea ha sido uno de los más importantes dirigentes de ETA. Por cierto, no es un secreto que sus propios compañeros utilizaban con total normalidad “Ternera” para hablar de él, así que lo de ir estampando que eso denota argot policial supongo que será un cortafuegos tramposillo frente a las críticas.

Entiendo fácilmente que cualquier miembro de ETA mienta en un proceso penal. Entendía aún mejor cuando hace años se negaban a reconocer los «tribunales opresores» y directamente no testificaban en los juicios. Pero me cuesta más que a la hora del relato, en un artículo, se reivindique el debut con “participación indirecta” en el atentado contra Carrero Blanco (eso sí que será información policial, porque los militantes de ETA no suelen alardear de curriculum concreto), pero se eludan el resto de responsabilidades de un alto dirigente de ETA desde los 70, que estuvo en los preparativos de Argel (1989), en la comisión de Derechos Humanos del Parlamento Vasco (1999), en la negociaciones de Suiza/Loiola (2006) y en la bajada final de persiana de Aiete/Noruega (2011). Y es que Carrero es el muerto número 8 de un listado total de 829.

Resulta llamativo cómo se pretende exculpar el «pasado militar» del Gran General, emplumando las decenas de barbaridades de su mandato ochentero (Ryan, Yoyes, Hipercor, niños de la casa cuartel de Zaragoza…) a los soldados rasos. ¿Dónde queda la modesta verdad que reivindicamos frente al Señor X del GAL?. Incluso se atreven a calificar como invectivas de un «converso» el testimonio contra él de uno de esos militantes de base. Vaya códigos militares gastan algunos.

3. ¿Hacedores de la paz o buscadores de una salida airosa?

Después de años de rechazo social mayoritario y continuas detenciones, ETA y la izquierda abertzale se encontraron, tras las ilegalizaciones, que desde algunas organizaciones rechazamos, con aquella oferta, que cuenta Zapatero y que verbalizó Rubalcaba, ¿votos o bombas?. Y es conocida la opción que tomaron Otegi y Urrutikoetxea.

Eguiguren recuperó hace un tiempo el concepto del artículo de Hans Magnus Enzensberger en 1989, “Los héroes de la retirada”. Pero el pensador alemán diferenció en aquel brillante texto sobre la complejidad política, entre los héroes y los epígonos de la retirada, matizando que “Los epígonos de la retirada se mueven por impulso ajeno. Obran bajo una presión que viene de abajo y de arriba. El verdadero héroe de la renuncia, en cambio, es él mismo, la fuerza motriz”. Ahí queda para la valoración del papel final jugado por ambas personalidades.

Y sí, en ese tránsito se toparon con Bateragune, aquel despropósito judicial, que ya en 2012 en el propio Tribunal Supremo salió adelante por solo 3 votos contra 2, y en el Tribunal Constitucional por 7 contra 5, en la penúltima disputa entre el derecho penal garantista y el autoritario, el del enemigo, que ha sacudido la lucha judicial contra ETA. Y cuyos daños no podrán compensar ya las correspondientes indemnizaciones.

También conste, para ponderar el pretendido carácter pacificador de los protagonistas del caso, que conviene escuchar a Arkaitz Rodriguez en una televisión venezolana, explicando por qué cambiaron de estrategia.

4- La fábula de los pintxos milagrosos de Aiete

La idea de dar una pista de aterrizaje, un puente de plata, a ETA y a Batasuna para acabar con 40 años de alternar política y métodos terroristas, su “bietan jarrai”, me pareció una salida razonable. Pero no poca gente se ha acabado creyendo que aquella escenificación fue la clave de la Paz.

Me unen lazos, de amistad y familiares, con los acompañantes, de Alternatiba y Eusko Alkartasuna, en aquella salida para ETA (Gernika, luego Bildu y Aiete). He compartido militancia política con Jonathan Martínez, en tiempos del ínclito Javier Madrazo, aun en orillas distintas. No tengo ninguna duda de su trayectoria, de todos ellos, contra la violencia de ETA y contra todas las violaciones de Derechos Humanos.

Pero me parece una osadía engañosa atribuirse algún tipo de papel decisivo por aquella operación bikini-flotador de 2009-2010. No, el final de la tragedia vasca no cayó milagrosamente por sus gestiones antes del cóctel palaciego internacional de Aiete. Alivia que no hubiera un final al estilo GRAPO o IRA Auténtico, cuando ya los últimos miembros activos de ETA se alojaban hasta en tiendas de campaña, y sus dirigentes no eran detenidos tras largos años, sino en semanas. Pero la estrategia político-militar sucumbió ante el triunfo de la deslegitimación social pacifista, dentro de la propia Euskal Herria, y por el colapso operativo de combinar violencia y política (mal que nos pese a los que rechazamos las ilegalizaciones).

5. Mas Gabriel Celaya y Martin Ugalde, que Negri, Zizek y compañia, para sembrar la memoria democrática vasca

Euskadi y Navarra afrontan ya sus diversas controversias políticas por fin en condiciones parecidas a otras tantas sociedades del entorno, con sus límites, urgencias y cotidianidades. Pero tantas décadas de violaciones de Derechos Humanos, años en los que se violentó la política, han dejado heridas y retos específicos.

Atender a las víctimas de la persecución de ETA, a las víctimas del “todo valía contra ETA” y contra quien anduviera cerca (BVE, GAL, torturas, atropellos judiciales…), restablecer un derecho penal garantista (sin imputaciones difusas, ni validez total a autoinculpaciones en sede policial) e impulsar una política penitenciaria humanitaria y una reinserción restaurativa de presos (ojalá muchos más abrazos como los de Maixabel Lasa con Ibon Etxezarreta)… sin duda quedan cosas importantes.

Y mientras tanto, a no dejarse impresionar por manifiestos-relatos movidos desde el aparato internacional de la izquierda abertzale, que recolectó a algunos intelectuales para proponerles un frívolo turismo de conflictos. Ese texto que Negri, Zizek y demás firmaron destacando de Urrutikotxea, el gran jefe de ETA durante 30 años, su “determinación y altura moral” y ser “promotor de una resolución justa y duradera”. Y es que hasta a sus hábiles redactores propagandistas, a veces, se les va la mano.

Para cultivar la memoria democrática vasca, mejor que la poca empática complacencia excesiva con victimarios orgullosos, sin autocrítica, creo más valioso acercarse al deslumbrante manifiesto de los 33, donde, entre otros gigantes de la cultura vasca, Gabriel Celaya y Martin Ugalde (primer Presidente de Egunkaria) advirtieron en 1980 de la gangrena moral que amenazaba a nuestra sociedad y que todavía tenemos pendiente curar bien. Que así sea.

 

Sabin Zubiri, miembro de Gogoan, por una memoria digna

 

 

«Memoria pacifista de Gipuzkoa», GRACIAS

15 viernes Nov 2019

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Nos encontramos en los últimos días de la campaña que iniciamos en septiembre con objeto de conseguir financiación para el proyecto «Memoria pacifista de Gipuzkoa«. Como sabéis, con este proyecto queremos recopilar testimonios de personas que en Gipuzkoa salieron a la calle para pedir la paz, para denunciar el uso de la violencia -de la de ETA, de la ilegítima del Estado, de la de otras organizaciones terroristas como GAL, Batallón Vasco Español, etc.-, para detener la barbarie que convulsionó nuestro país, la convivencia, nuestras vidas… incluso aunque hubiera gente que prefiriera mirar hacia otro lado.

Proiektu honekin, Gipuzkoan kalera bakea eskatzeko atera zirenen lekukotasunak bildu nahi ditugu

ETA ha desaparecido y ahora nos toca mirar hacia atrás a analizar lo que fueron aquellos 50 años de terrorismo y violencia, de crueldad y dolor infinitos. Sí, estamos en tiempo de memoria. Es necesario no olvidar, tener muy presente lo ocurrido, mirar el pasado con ojos críticos y aprender de él y, sobre todo, enseñar de él a quienes nos sucedan.

 

La memoria es una herramienta de aprendizaje. Jamás se debería utilizar como un arma arrojadiza «contra el otro», no. Pero no nos engañemos, la memoria de lo ocurrido, la construcción de la memoria colectiva de lo vivido estos 50 años de terrorismo y violencia, debe escocernos porque sólo será válida si es una revisión crítica de lo que hicimos personal y colectivamente.

Oroimena azkura emateko moduko irakas-tresna izan behar da; izan ere, egindakoaren berrikuste kritikoa gauzatzeko baino ez du balioko

Con este proyecto, queremos recopilar los testimonios de estas personas de Tolosa, de Beasain, de Ataun y de otros muchos pueblos que abandonaron la «comodidad» del anonimato y salieron a la calle, antes sus vecinxs, para pedir la paz.

Tolosa
Beasain
Ataun

 

GRACIAS a todas estas personas que permitieron que hoy disfrutemos de esta paz.

ESKERRIK ASKO gaur bakeaz gozatzeko aukera eman diguten pertsona guztiei.

Gracias a quienes habéis hecho una aportación para que este proyecto salga adelante y a hagáis vuestra aportación en estos últimos días y permitáis que alcancemos el óptimo.

Gracias a quienes con vuestros vídeos habéis permitido que difundamos el proyecto por las redes sociales (Maixabel Lasa, Alberto Muñagorri, Eider Huertas, Pello Azpiazu, Itziar Zubia, Patxi Elola, Gorka Landaburu, Lourdes Oñederra, Joxan Rekondo, Eugenio Ariztimuño y Alberto Garín)

Aún puedes ayudarnos 👇

http://goteo.cc/pacifismogipuzkoa

Si tienes alguna duda que resolver, nos puedes llamar al 622136642. Estaremos a tu entera disposición.

Salvar la memoria

10 martes Sep 2019

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No permitamos que el tiempo borre de nuestra memoria colectiva el trabajo que cientos y cientos de personas hicieron en Gipuzkoa para transformar una sociedad dominada por la violencia y el terror.


El pasado mes de junio, el Departamento de Cultura de la Diputación Foral de Gipuzkoa seleccionó el proyecto que Gogoan, por una memoria digna presentó dentro de la campaña de matchfunding 2019 que realiza junto a la Plataforma Goteo.org.  El proyecto se titula «Memoria pacifista de Gipuzkoa» y, efectivamente, fue seleccionado como uno de los proyectos de mayor interés socio-cultural para el territorio histórico de Gipuzkoa.

Aquí se pueden ver todos los proyectos seleccionados: META2019

Este proyecto consiste en realizar una serie de grabaciones audiovisuales a personas de distintos puntos de Gipuzkoa que trabajaron por transformar una sociedad que estaba absolutamente constreñida por el terrorismo y la violencia que en ella se generaba. Se realizarán entre 20 y 30 entrevistas, según la ayuda que logremos juntar, a ciudadanos y ciudadanas que rompieron con el silencio originado por el miedo y salieron a la calle con otro silencio radicalmente distinto, un silencio pacífico como respuesta al estruendo de las balas y las bombas; un silencio liberador frente a la angustia del sometimiento y las bocas tapadas.

La campaña comenzará el 19 de septiembre. El Departamento de Cultura de la Diputación Foral de Gipuzkoa realizará una presentación ese mismo día con los representantes de todos los proyectos seleccionados.

En Gogoan, por una memoria digna confiamos en la respuesta positiva de los y las guipuzcoanas, tanto para colaborar económicamente con este proyecto como para ofrecernos sus testimonios. Tanto lo uno como lo otro van a ser retos importantes a los que nos vamos a enfrentar con ilusión porque somos conscientes del riesgo que existe de que caiga en el olvido todo el trabajo que hicieron estas personas, el esfuerzo colectivo y personal, en ocasiones pagando un alto precio… es importante conocer las razones que les impulsaron a salir, lo que eso supuso… todo ello es imprescindible que se guarde para la posteridad.

Haremos lo posible para que así sea… TAMBIÉN CON TU AYUDA!

 

 

 

Apostar por la Paz

08 lunes Abr 2019

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Agradezco sinceramente esta oportunidad de compartir mis reflexiones sobre un tema tan importante. También reconozco la responsabilidad que supone: resulta particularmente difícil en esta ocasión valerse del instrumento de comunicación y cognición que es el lenguaje.

 

Pasado

Quisiera evitar proclamas generales y enunciados abstractos. Para ello entrelazaré mis reflexiones con algunas vivencias que me han ayudado en la percepción del asunto que nos ocupa, historias personales que me han funcionado como epifanías. Por una parte, es de lo que puedo hablar con más fundamento y honestidad. Por otra, más importante, creo que mi historia, mutatis mutandis, es la de una gran parte de esta sociedad.

Por lo tanto, pongo el foco de mi exposición en toda esa gente que no ha «estado de acuerdo» con ETA, que le ha «parecido mal» lo que hacía, pero no lo ha manifestado de ninguna manera (durante años o aún nunca). Supongo que son muchas las personas que no han llegado a planteárselo así a sí mismas, son seguramente la mayoría, porque, el día en el que te lo narras, mirarse en el espejo resulta difícilmente soportable.

Me interesa pues particularmente ese no-discurso, el relativo mutismo, la pasividad ejercida en un grado u otro por muchísimos ciudadanos y ciudadanas de nuestra sociedad. Creo que es esencial abordarlo para avanzar en el tema que hoy nos ocupa.

Las causas del silencio han sido múltiples y de distinto carácter: la presión del ambiente general en ciudades, pueblos y barrios; la presión del círculo más cercano (familiar, de cuadrilla o de lugar de trabajo); la pasividad ante esas presiones por miedo, cuando menos, por el miedo a significarse y por la comodidad de no destacar. Sería conveniente, para una mejor descripción y posterior análisis de lo ocurrido, hacer una lista detallada de los factores que han funcionado en cada caso, en cada entorno. La consecuencia más extrema de ceder ante la presión del ambiente ha sido que, al menos en la práctica, mucha gente ha llegado a no percibir el terrorismo como problema en sus vidas.

 


Socialmente se ha construido todo un andamiaje que ha sujetado el edificio colectivo de relaciones a base de canciones, de temáticas en los concursos de bertsolaris, de decoración de nuestros bares, las huchas para los presos en barras y mostradores, algunos movimientos y de actividades en defensa del euskera, etc. Ha sido como una argamasa o unos hilos que han tejido una red envolvente: aunque no todo el mundo estaba con ETA, lo parecía: lo contrario se callaba, no se manifestaba. De modo análogo, a partir de lo que ahora no se menciona, pudiera parecer que ya todo el mundo está en contra de la violencia…


Ayuda a mantener la confusión el hecho de que vivimos en general muy bien, en una sociedad con un alto índice de opulencia y de manera que se puede llevar una vida normal sin significarse… Basta con mantenerse pasiva, con no decir, porque se ha asumido que eso significa aceptación, una aceptación más o menos plena, pero en definitiva aceptación. Mientras no se mencionaba, no se criticaba. Escribí una columna en Egunkaria en la que planteaba si ocurría en euskera con la palabra ETA como con el color verde, que no existía en el vocabulario vasco patrimonial (por eso se inventó orlegia y se ha tomado en préstamo berdea), porque nunca se mencionaba…

Aún hoy el silencio es denso, cuando con ocasión de la evaluación de una sala para una actividad, una dice que la última vez que estuvo allí fue en homenaje a una víctima de ETA.

Falta verbalizar esos silencios, integrarlos en la narración. Escasea, está ausente ese discurso, la reflexión individual de cada cual y, a partir de ahí, el de toda la gente que ha actuado así. Cuando el silencio se menciona, mayormente aparece conjugado en segunda persona: es la interpelación que directa o indirectamente nos dirigen las víctimas de ETA. Vienen a jugar el papel de nuestra conciencia, a hacer que se nos planteen interrogantes como «¿qué callábamos?, ¿de qué no nos enterábamos?».

Quienes callábamos ante ETA no nos dábamos cuenta totalmente y más allá del enunciado literal de las palabras, de que las personas que entraban en ETA, por extrema y arriesgada que fuera su opción, no tenían ningún derecho a decidir quién debía morir (cosa que, por otra parte, decidirían los mandos).

Tampoco percibimos en su auténtica y terrible medida que los muertos, los heridos, los extorsionados eran seres humanos, tan seres humanos como nosotras, como nosotros. Por ejemplo, nunca nos preocupábamos de cómo se lo contarían a sus hijos y luego a sus nietos. Nuestra literatura pocas veces, si alguna, reflejaba qué ocurría en la casa de la víctima de ETA.

Importa la responsabilidad específica, no la general abstracta, sino la de cada cual, la de cada ambiente, cada cuadrilla, cada sociedad: por eso no quiero diluir la nuestra, la de la gente como yo, entre otras injusticias. No niego esas otras injusticias, que no hay que ignorar, pero tampoco mezclar: hablar de todo a la vez es no hablar de nada con la suficiente profundidad.

Yo soy responsable de mis silencios, no de lo que hayan hecho otras personas. Muchas, muchos en este pueblo debemos a las víctimas de ETA el haberlas ninguneado, lo cual no ocurría con las víctimas de los excesos del Estado, de los cuerpos policiales, etc. Eso estaba muy presente en nuestro mundo. Y no hubo simetría: las víctimas de ETA se escondían, para no sufrir una segunda victimización y al mismo tiempo asumiéndola: la hija de Fernando Buesa, que disimulaba ante las fotos de su padre en los bares de la parte vieja de Vitoria; Cristina Cuesta, a quien sus amigos decían que se hiciera a la idea de que su padre había muerto en un accidente.

Estoy cansada de oír que las víctimas de ETA están manipuladas. Eso es de un paternalismo y de una superioridad inaceptable. Insultante. Las víctimas de ETA no son bobas y son tan libres como cualquiera de hacer sus opciones político-ideológicas. Además y por otro lado, basta escuchar el testimonio de Urrosolo Sistiaga para confirmar cómo han sido manipulados los miembros de ETA y, a través de ellos, todos nosotros.

Yo misma no era plenamente consciente de la profundidad del mal, a pesar de los pesares y de toda una serie de privilegios de los que he gozado en mi vida y de los que hablaré unas líneas más abajo. Creía que sí, pero seguía jugando a la equidistancia desde mi mayor cercanía con el mundo de ETA, con sus defensores.

No teníamos una conciencia suficientemente nítida de que, en nombre de una determinada visión territorial, lingüística, social, histórica, etc., se estaba asesinando, extorsionando, amenazando a nuestros conciudadanos, a nuestros vecinos y colegas. Tomemos como ejemplo una imagen muy concreta: aunque el hecho en sí no nos pareciera bien, íbamos de potes, mientras en la calle de al lado o dos paralelas más arriba se levantaba el cadáver de alguien asesinado por nuestros derechos (¿los nuestros… o los de quién?). «Han matado a uno en Rentería», «Han puesto una bomba en tal sitio», «Desde luego, no hay derecho», podíamos comentar mientras cambiábamos de bar. Es necesario resucitar aquella conciencia que no tuvimos entonces, hacerlo ahora a través de una mínima autocrítica.

Se ha llegado a decir que lo hacían por amor, por amor a la patria ¿Cómo se puede matar a alguien por amor? Se mata por odio. Que el amor a lo propio se mida en función del odio a lo extraño es algo perverso, que pudo tener su función defensiva en las cavernas, pero que el ser humano contemporáneo debe rechazar.

 

Mis grandes privilegios

Entre mis muchas deudas con quienes me han abierto los ojos está el ser hija de mis padres, por cómo eran mis padres. Recuerdo el catolicismo un tanto «anticlerical» de mi padre a quien sacaban de quicio todos aquellos ex-curas, ex-seminaristas metidos a salva-patrias. Admiro ahora aquella inteligencia de mi madre, su lucidez y coherencia cuando iba (diferenciándose de su entorno) a las primeras concentraciones organizadas por Cristina Cuesta. Recuerdo también cómo se disgustaba cuando algunos conocidos se referían a los miembros de ETA llamándolos gure mutilak (‘nuestros chicos’); mientras, ella iba a cursos sobre Theilhard de Chardin y Garaudy, leía a Hélder Camara sobre la espiral de la violencia. Pero no importa aquí tanto el fondo, los contenidos de sus ideas, sino aquella actitud de no seguir de modo gregario la tendencia mayoritaria en su entorno, la crítica, el cuestionamiento desde una perspectiva moral en un contexto nacionalista (PNV primero, EA a partir del cisma y hasta que ellos dos murieron en 1997): pertenezco a una de las pocas familias de nuestro entorno que no celebró la muerte de Carrero Blanco; en casa no se cantaba aquella canción durante la cual que se lanzaba el jersey hacia arriba como representación del vuelo del coche de Carrero, gracias a la calidad moral de mis padres (no se celebra el asesinato de nadie, aunque sea el enemigo, decía ama).

Me resulta inevitable mencionar, de manera mucho más breve que la que merecería, la suerte de haber conocido a Alfredo Tamayo, sacerdote jesuita, mi profesor de filosofía durante la carrera, activo luchador, sus homilías y escritos comprometidos, las primeras Semanas pro-amnistía… Tamayo fue uno de los fundadores de las Gestoras pro-amnistía, pero se alejó luego, sin esconder por qué, como siguió siempre predicando desde su más explícita coherencia ética.

Y, por último, quiero hablar de Gesto por la Paz, que ha sido tal vez la suerte más grande de todas. Sinceramente me parece que es lo que más me ha aportado, ya que de alguna manera me ha redimido rescatando los posos anteriores. Me ha dado el discurso en el que integrarlos, un discurso en el que yo he encajado más completamente: creo que soy más persona desde que tuve la gran suerte de que Gesto apareciera en mi camino, de verlo, de percibirlo.

Llegué tarde, cuando ya no se atacaban sus concentraciones, cuando no se les agredía. Por cierto, eso, lo de las agresiones a las concentraciones de Gesto por la Paz, es uno de los contenidos obligatorios de la narración de nuestra trágica historia cercana. También ante ello guardó un vergonzoso silencio una grandísima parte de la sociedad vasca.

25 de septiembre de 2000

Creo que Gesto por la Paz de EH ha hecho en el terreno ideológico una enorme aportación a nuestra inteligencia (de intelligere: entender): la separación conceptual entre el conflicto y la violencia, como dos categorías no necesariamente unidas. Comprenderlo es un paso imprescindible para que el debate avance, para ordenar el barullo sentimental en el que hemos estado inmersos: es el pensamiento que desatasca la autojustificación de una violencia que se retrotrae a la Guerra Civil cuando no a tiempos anteriores, es la premisa que corta el círculo vicioso de causas y consecuencias en las que se enroca la ceguera ante el horror de que aquí se ha matado a quien no comulgaba con las ideas de ETA (espiral que, a su vez, imposibilita la percepción y valoración justa de todas las demás injusticias derivadas de –no causadas por– esa primera locura).

En Gesto encontré una muy útil combinación de bondad y de inteligencia, de utilizar los sentimientos para lo que son y la mente para lo que es. Creo que en este pueblo hemos padecido una gran confusión en ese sentido y que el nacionalismo ha hecho fortuna con ello, pero que eso ha tenido muy malas consecuencias en la calidad moral de nuestra comunidad. Es necesario absolutamente superar, sin negarlo, el plano puramente emotivo y hacer explícitas las ideas que han sostenido las distintas opciones que entre nosotros han existido, para encontrar las que permitan encarrilar los sentimientos a un lugar mejor.

De todas maneras, aclaro que, desde algunos sectores, se suele responsabilizar demasiado ligera y erróneamente al nacionalismo de lo que ha hecho ETA, a todo el nacionalismo y a la ideología en sí. Es algo con lo que no estoy de acuerdo. Pero, dicho eso y si vamos a los hechos concretos, entre mis vivencias personales hay dos que serían pertinentes en este punto.

Un primer recuerdo se sitúa en el contexto del cierre del diario en euskera Egunkaria. Cuando, en un receso de la reunión extraordinaria del Consejo Asesor del Euskera del Gobierno Vasco, pregunté cómo se entendía que nos hubieran convocado a participar como tal Consejo en la manifestación contra el cierre del periódico pero no a protestar por el asesinato de Pagazaurtundua ocurrido unos pocos días antes, otro miembro del Consejo me sugirió que recordara la parábola del hijo pródigo: que quien había matado a Pagazaurtundua era nuestro, quien había cerrado el periódico, no.

La segunda anécdota es del día en el que recibí una medalla que dediqué en público a la memoria de las víctimas de ETA. Una persona que me felicitó con simpatía añadió, sobre la dedicatoria, que seguramente tenía razón pero que «¡cómo se me había ocurrido decirlo delante de ellos!»… ellos, los no nacionalistas.

El nacionalismo (desde los militantes convencidos, pasando por votantes y simpatizantes, hasta el más amplio ambiente general de nuestras plazas, de nuestro espacio común) ha contribuido a erigir un imaginario, una representación de esta sociedad en la que el foso entre nosotros y ellos es más profundo que el que pudiera (debiera, desde una perspectiva moral) haber entre quienes matan y quienes no matan, entre quienes han decidido que matar por la ideología está bien y quienes piensan que matar es inaceptable.

El problema que reflejan mis dos anécdotas es la incapacidad de afrontar el problema en términos puramente morales, la imposibilidad de superar la división entre los nuestros y los otros. Obedece a una manera de cimentar el aprecio a lo propio, a lo que se considera propio, sobre la falta de la más mínima benevolencia hacia lo otro y, en los casos más extremos pero no escasos, sobre  el desprecio y el odio, que se plasma de manera muy evidente en el rechazo de todo lo etiquetado como español, incluida la lengua.

Yo misma, no me puse públicamente, físicamente, con «los otros» hasta que ETA mató a Fernando Buesa y Jorge Díez en febrero de 2000 en nuestro campus.

Por historia familiar y social, niña de las primeras ikastolas clandestinas, estudiante de Letras que empezó la carrera el año en que murió Franco, por ambiente de juventud, etc., soy de este lado del foso, del del pedigrí vasco…

Ahora me doy cuenta de que durante muchos años, incluso alejada ideológica que no sentimentalmente, de mi abertzalismo de infancia y juventud, aunque he sido siempre rotundamente contraria a la violencia y nunca separatista…, a pesar de los pesares yo no veía a las víctimas de ETA como personas. Era radicalmente distinto de lo que me ocurría con los presos de ETA a quienes iba a examinar como miembro de los tribunales del título EGA, a visitar como profesora de la Facultad (durante años, hasta que me quitaron el permiso desde Instituciones Penitenciarias). Era amable con ellos; me he preguntado muchas veces si, dadas las circunstancias, habría ido igualmente a facilitar el aprendizaje, la realización de exámenes, la consecución de títulos, si aquellos hombres hubieran estado presos por delitos sexuales, por haber violado a una mujer, por haber forzado a un niño. Quiero pensar que sí, que realmente por razones humanitarias, que era lo que yo decía que me movía, les habría sonreído como les sonreí, me habrían dado pena, como me daban pena aquellos chicos de ETA en Herrera de la Mancha. Los tenía cerca. En cambio las víctimas de ETA eran para mí una abstracción, como una categoría uniforme, no los percibía como seres humanos individuales. Incluso cuando me indignaba una compañera de manifestación un 8 de marzo, que pensaba que había quien se «daba pote» por llevar escolta, las víctimas estaban lejos. Antes que de Gesto por la Paz, fui miembro de Elkarri y de Lokarri: me creía equidistante, pero estaba más cerca de ETA que de sus víctimas.

Gesto por la Paz

El mundo conceptual legado por Gesto del que he hablado antes permite que cada una busque su lugar y llene el espacio que aún le queda en el hueco que le corresponde en el puzzle que hemos de configurar colectivamente: tu narración, dónde estabas y dónde no, en qué manifestación y en cuál no, en qué contra-manifestación… Nuestra historia ha sido terrible, no es fácil el ejercicio de memoria sincera, pero es lo único bueno que podemos hacer ya. Cada una, cada uno de nosotros, es la primera beneficiaria. Siempre se habla de lo que dejamos a nuestros hijos, pero el rescate ha de empezar por una misma.

Creo que hay mucha gente que no es consciente de lo que no ha hecho, porque aquí la gran mayoría no ha hecho ni dicho nada y con ello ha contribuido a mantener el estado de cosas tal y como estaba: con ciudadanos asesinados, extorsionados, amenazados (he tenido colegas en la Facultad que han tenido que marcharse de Vitoria), mientras los demás seguíamos tan tranquilos divirtiéndonos, trabajando y descansando, dando nuestras clases, desarrollando nuestro currículum.

 

De ahora en adelante

Actualmente soy miembro de la asociación Gogoan-por una memoria digna. No hablo aquí como representante de la asociación, pero destacaré algunos principios de la misma que considero cuestiones fundamentales para un futuro en paz:

  • La inseparabilidad esencial entre el reconocimiento de la víctima (el acercamiento real a la misma) y el reconocimiento de la injusticia cometida, cosa en sí misma diferente del arrepentimiento individual de cada victimario.
  • La reconciliación no consiste simplemente en superar el conflicto construyendo puentes entre las distintas víctimas, mientras cada cual avanza en sus reivindicaciones políticas. Lo primero está bien, pero hay que dotarlo de contenido: ver qué pasó, cómo ETA fue un movimiento totalitario que no admitía disidencia. Hay que decirlo así y esto no es exigir que se pida perdón, ni humillar a nadie, ni revanchismo (a mí -y, en general, a quien callaba- no me hicieron nada).
  • Concreta y específicamente hay que decir que aquí se optó por utilizar la violencia con fines políticos y que hubo una organización que se dedicó a matar a quienes no pensaban como ellos habían decidido que había que pensar sobre nuestra historia: que pusieron sus ideas por encima de la vida humana, y que eso nos aterró y nos inmovilizó.
  • Concreta y específicamente es imprescindible verbalizarlo en los contextos de las ideas que defendían ETA y quienes la apoyaban: en el mundo de la defensa del euskera, entre quienes quieren la independencia, etc., para desvincular esas ideas esencialmente, onto­lógi­ca­men­te, en su ser, de la violencia. Hace falta decir que aquello no estuvo bien, que se cometió una gran injusticia y que la violencia no era necesaria para defender las ideas. Hay que dejar de diluirlo en un pasado nebuloso que de manera borrosa superaríamos dándonos la mano: hay que romper la épica romántica, hay que quitar todo manto (auto)protector, todo eufemismo, todo atenuante de que también los otros…, de que todos sufrimos, de que fueron años duros. Se trata en definitiva de separar el conflicto, el choque de ideas, del uso voluntario de la violencia: separar lo sentimental de lo racional, sin negar ninguno de los dos planos, para que el primero, el de las emociones, no vuelva a confundirnos. Lo difícil que nos resulta imaginar que esa separación se pueda generalizar es un síntoma de la gravedad de nuestro momento presente, de nuestra situación actual. Pero, si cada cual no afronta su propia historia, si no se mira en el espejo, no aclaramos nada; si mientras se habla de «superar» el conflicto, se justifica lo que ETA ha hecho como consecuencia necesaria de la situación política, no hay avance auténtico, no hay regeneración, no hay sanación.
  • Concreta y específicamente tenemos que denunciar los homenajes públicos a los miembros de ETA, por la educación de nuestros jóvenes y por la recuperación de nuestra propia dignidad. Hay que extirpar de esta sociedad toda complacencia con la violencia.

Para terminar, soy consciente de que este ha sido un discurso parcial, planteado fundamentalmente desde la perspectiva de la crítica a ETA. Lo he hecho voluntariamente. Como decía al principio, me interesa el análisis específico del comportamiento de quienes hemos sostenido una actitud, dicho a grandes rasgos, pasiva particularmente ante la violencia de ETA. Me he centrado en ese tipo de ciudadana o ciudadano, tanto por mi propia experiencia como porque creo que nos permite explorar factores muy importantes de la larga pervivencia de «nuestro» terrorismo. No niego otros aspectos, otros problemas, ni otros sufrimientos, pero creo que el estudio de la ciudadanía callada, de las causas y consecuencias de su pasividad merece un capítulo importante en el relato.

Analizar requiere la investigación pormenorizada sobre cada uno de los distintos componentes de un todo. La complejidad no se puede examinar en serio hablando siempre de todo. Así no se analiza, así se repite una y otra vez, en bucle, como un eco.

Considero secundaria la batalla política. Lo que reivindico aquí es la búsqueda individual de los ingredientes de ese caldo que ha impregnado esta sociedad, los componentes del ensueño que nos ha tenido adormecidos. Si no empezamos a mirarnos sin contemplaciones, corremos el riesgo de seguir así, de no completarnos como personas, de no despertar, de no liberarnos de la carga del aturdimiento, además de no reconocer, aunque sea tarde, a quienes más han sufrido.

 


Intervención de Lourdes Oñederra en el acto organizado por el Secretariado Social Diocesano en Vitoria-Gasteiz el día 12 de marzo: Paz y reconciliación/Bake eta adiskidetzea.  Apostar por la paz

30 de enero

12 martes Feb 2019

Posted by gogoanmemoria in Memoria, Víctimas

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Bilbao, derechos humanos, fanatismo, Gandhi, Gesto por la Paz, globada por la paz, intolerancia, Itaka, justicia, manifestaciones, manifestaciones de enero, Memoria, paz, terrorismo, víctimas del terrorismo, Ya es hora de vivir en paz

El 30 de enero, para muchas personas en Euskadi, no es un día más del calendario, sino que es una fecha muy señalada. Durante muchos años, cada 30 de enero, miles de pacifistas llenaban las calles de Bilbao. Por la mañana con las Globadas por la Paz que

Globada-ITAKA

Globada ITAKA

organizaba y organiza el colectivo Itaka y, por la tarde, recorriendo en silencio la Gran Vía de Bilbao reclamando, año tras año, la paz para esta tierra tras las pancartas de Gesto por la Paz.

Esto decía el comunicado final de la manifestación de 1992:

 

Llevamos ya demasiado tiempo sufriendo la violencia y sus consecuencias. Sin duda, la más dolorosa de éstas ha sido la pérdida irreparable de casi 900 vidas humanas. A esto hay que sumar un enorme número de heridos, los daños a la convivencia entre los ciudadanos, las pérdidas económicas,… Por otra parte, muchas personas que se han valido de métodos terroristas para sus fines políticos se encuentran encarceladas, con lo que ello supone para sus familias.
Pero hoy la mayoría del pueblo vasco se posiciona claramente en favor de la Paz y en contra de la violencia. Y lo manifiesta públicamente en cada convocatoria electoral, así como a través de todo tipo de iniciativas cívicas por la paz, la justicia y los derechos humanos.

19920202 manifestación Gesto por la Paz

2 de febrero de 1992

A pesar de los años transcurridos, el mensaje no perdió actualidad durante muchísimos años, como tantos y tantos de los creados por Gesto por la Paz que siguen teniendo la vigencia que le otorga haber sido creados sin mezquindad, con la mirada del largo plazo, del bien común, de los principios fundamentales…

Desde que Gesto por la Paz desapareció, algunos de sus militantes se siguen reuniendo en torno al 30 de enero en Bilbao. De manera privada, recorren algunos lugares donde fueron asesinadas vecinas y vecinos de Bilbao; les recuerdan, denuncian la injusticia de su asesinato y, cada año, se siguen sorprendiendo de ocurrido en todos aquellos años de tantísima violencia.

Este año fueron al barrio de Rekalde y este es el video que hicieron de su recorrido:

 

Como se sabe, ETA dejó de matar en octubre de 2011 y, como se puede ver, los restos del fanatismo y de la intolerancia, aun campan a sus anchas en muchos rincones de Euskal Herria. Queda mucho camino aún por recorrer.

Memorias del terrorismo en España

26 miércoles Sep 2018

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Este es el nuevo libro que ha presentado Raúl López Romo con el prólogo de Florencio Domínguez, historiador y director del Centro Memorial de Víctimas del terrorismo, respectivamente.

Son 65 relatos cortos escritos por familiares de «víctimas, por profesionales de diversos campos y por activistas«. Diferentes miradas que, como dice Stefan Zweig, ayudan a reconstruir la «atmósfera espiritual» de una  época. «Esta no se encuentra sedimentada en los acontecimientos oficiales, sino más bien en pequeños episodios personales«.

Como no puede ser de otra manera, los relatos son muy diversos y plurales y van desde el minucioso estudio del catedrático de Historia Comtemporánea de la UPV-EHU, Antonio Rivera, sobre los Comándos Autónomos Anticapitalistas hasta el sencillo relato del asesor de la Secretaria General de Derechos Humanos, Convivencia y Cooperación, Enrique Ullibarriarana. Por esta razón, hemos seleccionado frases de algunos de estos relatos.

Joseba Arregui en relación al Pacto de Lizarra:

Implicaba asumir que para conseguir la paz era preciso conceder a ETA la realización de su proyecto nacionalista radical bajo la argucia de que era mayoritario en la sociedad vasca

El de Cristina Cuesta, hija de Enrique Cuesta asesinado por los Comándos Autónomos Anticapitalistas en 1982, es uno de los relatos más recomendables. Narra cómo fueron los primeros pasos de la Asociación por la Paz de Euskal Herria en 1986, cuando se concentraron por primera vez por el asesinato de Manuel Fuentes Pedreira tras la pancarta «Basta ya. Nuestro pueblo quiere paz«.

Nos comprometimos a convocar concentraciones silenciosas tras el asesinato o la muerte violenta de un ser humano, independientemente del grupo terrorista que actuara, la profesión de la víctima, su ideología, su procedencia o cualquier otra circunstancia. Nos centrábamos en la irreparable pérdida humana.

Nació una nueva manera de mirar y de actuar ante la realidad de sufrimiento y de miedo que nos rodeaba, en la que las víctimas se hacían presentes y tímidamente empezaban a alzar la voz, incluso en silencio.

Roberto Manrique, víctima del atentado de Hipercor (ETA, 1987), dice esto sobre la actuación de la Justicia, según el juicio por su atentado:

Del enorme número de personas con seres queridos asesinados o de la extensa relación de heridos solo iban a aportar su testimonio dos: una herida grave que, al ser extranjera y no dominar el idioma excusó su asistencia, y uno de los heridos más leves del atentado. Cuando pregunté la razón para esa pantomina, me explicaron que habia sido una elección por sorteo. ¿Sorteo? ¿La justicia escuchaba la voz, el dolor y la experiencia de las víctimas a través de un sorteo? ¿solo iban a escuchar a dos?. Salí del juicio con la impresión de que la víctima era quien menos importaba a la justicia, que éramos la inoportunidad personificada.

Consuelo Ordoñez, hermana de Gregorio Ordóñez asesinato por ETA en 1995, dice esto:

Al final, no fue ETA quien de forma directa me explusó del País Vasco, sino mis propios conciudadanos que colocaron su miedo al ostracismo social un peldaño por encima de su dignidad.

Y también sobre la actitud de los vecinos y vecinos habla Mari Carmen Hernández, viuda de Jesús Mari Pedrosa asesinado por ETA n el 2000:

Sientes el vacío de la gente que, por miedo o porque no le afectaba de cerca, pasaba de ello. Vecinos, personas que te dejan de hablar, de saludar. Gente que has conocido de toda la vida y se manifestaba debajo de casa. ¡Es muy triste!

Santos Santamaría es el padre de Santos Santamaría Avendaño, mosso d’escuadra asesinado por ETA en 2001, dice:

No necesitamos homenajes porque sabemos que solo hemos sido el instrumento del terrorista para crear terror a la sociedad. Simples instrumentos. La única víctima real ha sido y es la sociedad. Pero la sociedad es cómoda, hasta el punto de acceder a cualquier arreglo cobarde solo por aquello de ‘para que a mí no me toque’.

Joxan Rekondo, ex alcalde de Hernani y víctima de la violencia de persecución durante muchos años, escribe:

Me atrevo a decir que difícilmente podrá regenerarse la convivencia entre vascos sin sanar los daños que la intimidación y el terror han provocado durante todo este tiempo en todas las dimensiones de la vida social.

Zarautz, 2000 Gesto por la Paz

Gloria Vázquez, concejala del Ayuntamiento de Zarautz y también víctima de la violencia de persecución, nos cuenta:

Algunos amigos me reprocharon que hubiera asumido un cargo público que implicara escolta teniendo hijos. Como si yo estuviera poniendo en riesgo a mis hijos. Era una de las perversidades del terrorismo y de sus seguidores, que pretendían traspasar la responsabilidad de lo que pudiera ocurrir a los propios amenazados. Y lo conseguían

Gorka Angulo, periodista del Centro Memorial de las Víctimas del terrorismo, finaliza su relato de esta manera:

Cuando una sociedad, una generación, ha tenido el terrorismo en la puerta de la casa y esto solo ha concienciado y movilizado a una ínfima parte de sus integrantes, solo se puede pensar que el miedo y la cobarcia moral han hecho más daño que los propios terroristas. Si siendo más jóvenes fallaron la ética y la moral, que siendo más mayores no falle la memoria

A este relato le sigue el de Iñaki Arana, hijo de Liborio Arana asesinado por los GAE (Grupos Armados Españoles) en 1980. Iñaki describe la sencillez de su padre, el lechero de Alonsotegi, el tremendo golpe que causó en la familia el asesinato del padre y el maltrato que sufrieron por parte de la policía que no mostró ningún interés por investigar el caso. Motivado por querer conocer la verdad, Iñaki se hizo ertzaina, pero esto también trajo consecuencias: la madre recibió cartas amenazadoras que decían:

Los otros han matado a tu marido, pero nosotros te vamos a matar a los hijos por ser ertzainas

1991. Concentración de Gesto por la Paz ante la Audiencia Nacional. Javier Madrazo, Pedro MIguel Urzainki, Ignacio Urrutia, José Luis Navarro y Txema Urkijo

Finalmente, conviene destacar el relato de Txema Urkijo quien fue primero Director de Derechos Humanos en el Gobierno Vasco y, posteriormente con tres lehendakaris diferentes, trabajó en la Dirección de Atención a Víctimas con Maixabel Lasa. En su relato se puede hacer un perfecto seguimiento de los pasos que fue dando en Gobierno Vasco en relación a las víctimas; primero con las víctimas de ETA y, posteriormente, con las víctimas de otros grupos terroristas como GAL, BVE, etc. Os invitamos a leer con atención su relato completo: «Breve memoria de un esfuerzo institucional»

Como es normal, quedan muchas más cosas en el tintero por lo que recomendamos la lectura de este libro.

Antonio Cedillo Toscano

15 sábado Sep 2018

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Antonio Cedillo, asesinato, Ayuntamiento de Rentería, Bildu, convivencia, El País, ETA, izquierda abertzale, José Miguel Cedillo, Julen Mendoza, Julián Carmona Fernández, paz, Rentería, terrorismo, víctimas de ETA

Antonio era policía nacional nacido en Olivares, Sevilla, y destinado al País Vasco en los terribles «años de plomo». El 14 de septiembre de 1982 él y sus compañeros sufrieron una emboscada de un comando de ETA. Algunos de ellos, fueron asesinados en el acto. Antonio quedó malherido y consiguió andar unos metros en dirección a Rentería para pedir auxilio. Cayó al suelo y paró un vecino al que pidió que lo llevara a un hospital. 

Antonio entonces tenía 29 años, estaba casado con Dolores, de 25, y tenían un hijo de 3 años, José Miguel.

Muchos años más tarde de aquel día de septiembre de 1982, en Sevilla y casi por casaulidad, José Miguel leyó un libro en el que se relataba cómo había sido asesinado su padre.

Cuando el vecino bajaba al policía herido hacia el hospital, se encontró en medio de la carretera al comando de ETA. Le mandaron parar. Vieron que dentro iba Antonio herido y lo remataron con un tiro en la cabeza. 

36 años más tarde, José Miguel decidió que tenía que volver a aquel lugar en el que ETA asesinó a su padre y arruinó la vida de su madre y la suya propia. Quería recordarle, homenajearle, que su nombre se identificara con palabras como paz y convivencia.

Hoy, 15 de septiembre de 2018, José Miguel, con la colaboración del Ayuntamiento de Rentería regido por Julen Mendoza, de Bildu, ha cumplido ese deseo. En los jardines del restaurante Mugaritz se ha desarrollado este acto que reproducimos íntegramente.

Posteriormente, se ha plantado un olivo de 200 años cerca de un roble antiguo como símbolo de unión de Andalucía y el País Vasco.

Mugaritz, plantan el olivo

María Dolores Cedillo Toscano, hermana de Antonio

Julián Carmona Fernández era compañero y amigo de Antonio y de los otros policías asesinados. Al día siguiente, mientras esperaba el servicio que le habían encomendado -acompañar a los cuerpos de sus compañeros a sus localidades de origen- cogió un arma y se disparó en la cabeza.

Así lo relató El País. Julián nunca aparecerá en ningún listado como víctima del terrorismo.


«Mientras alguien las recuerde, estarán entre nosotros»

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