Pello Salaburu
Por muchos años que pasen, todos los asesinatos siguen interpelando. En nuestra historia reciente, los asesinatos cometidos en nombre del pueblo vasco, sin que nadie hubiese contratado al ejecutor, interpelan aún más: lo hacen a quien fue el causante, a la familia que lo sufrió, a la parte de la sociedad que lo permitió y al resto que quiere pasar página, con la confianza íntima de que olvidando lo sucedido se puede vivir con más tranquilidad.
Estamos ante algo mucho más básico y elemental. Es la viva imagen de la miseria moral de un pueblo, de la ruptura y pisoteo de unas normas mínimas de convivencia y respeto
Me referiré en particular a uno de estos asesinatos: reúne todos los ingredientes que sazonan una crueldad ejercida a lo largo de los años contra una familia acorralada por matones de pueblo. Se asemeja a esas persecuciones sin miramientos que hemos visto en las películas del lejano oeste, y se ha producido con el visto bueno, cuando no con el apoyo explícito, de los gobernantes locales. Una persecución tuvo su punto culminante en el asesinato del padre, Jesus Ulayar (alcalde de Etxarri-Aranatz entre 1969 y 1975), pero que no acabó allí. El hostigamiento a la familia, terco en hechos, continuó durante varias décadas más, a la vista de todos. Aún continúa. Su hijo Salvador lo contó en un libro publicado en 2014: Morir para contarlo.
El 27 de enero de 1979 Salvador Ulayar tenía 13 años cuando vio con horror que alguien disparaba contra su padre y lo remataba en el suelo. Territorio comanche: Etxarri Aranatz. ETA: asesinado por «actividades fascistas y antivascas». El libro lo narra con detalle: el salvaje asesinato; las injurias contra una familia impotente en un pueblo silencioso; las enormes dificultades de todos y cada uno de los miembros para seguir haciendo su vida (el hermano mayor, 19 años, tuvo que hacerse cargo del negocio al día siguiente, para poder alimentar a los cinco miembros de la familia); la falta de empatía generalizada por parte de la mayoría de los vecinos; la revictimización de la familia que pasa a ser en la práctica la causante de sus propias desgracias («Algo habrá hecho») y los fallos del sistema judicial y de todos los sistemas de servicio de la administración frente a una familia sufriente pero llena siempre de enorme dignidad. La viva imagen del vacío.
«A mí algún día me pegarán cuatro tiros». Estremece pensar lo que pudiera pasar por la cabeza de aquel hombre cuando soltó esa frase a su hijo adolescente
«A mí algún día me pegarán cuatro tiros». Estremece pensar lo que pudiera pasar por la cabeza de aquel hombre cuando soltó esa frase a su hijo adolescente. El autor añade a continuación: «Solo se equivocó en uno». Fueron cinco, en realidad, aunque parece que quizás una de las balas no llegó a tocarlo. El larguísimo calvario de la familia aparece recogido con fidelidad en un libro que ninguna editorial quiso publicar, bien sea por miedo o porque entendían que tenía poca salida comercial. Un libro editado por la propia familia, según indica el epílogo, y que resulta esencial para preservar nuestra memoria: la memoria y el recuerdo de unos hechos sobrecogedores que jamás debieron suceder. Y que una sociedad democrática está obligada a recordar.
La familia vivió rodeada de mentiras, de esas mentiras que comenzaron ya de inmediato cuando desde el ayuntamiento, y en una asamblea multitudinaria, se negó a Martina y Petra, hermanas de Jesús, que alguien que firmaba como Andrés Fernández de Garayalde, de Bilbao, hubiera remitido 1.500 pesetas para contribuir a los gastos del entierro. Se les tachó de mentirosas en público. Ese dinero, sin embargo, apareció como por arte de magia en la cuenta corriente de la familia al cabo de diez meses. El Ayuntamiento hizo el ingreso sin ninguna explicación.
No ha habido piedad con esta familia. Salvo excepciones, no ha habido compasión, solo ha habido escarnio. El pequeño comercio que tenían se convirtió en el termómetro de la actitud de los vecinos, que condenaron a la soledad más absoluta a una familia del pueblo que vio cómo su vida se convertía en un horror.
Entre quienes fueron detenidos, un pariente, Eugenio Ulayar Huici, hijo de un primo carnal del asesinado, a quien Salvador aseguró haberlo visto a los pocos minutos del asesinato, en el lugar de los hechos. También los hermanos Nazabal Auzmendi. Reparaz Lizarraga completaba el listado de héroes. Del proceso judicial, que concluyó con años de condena (entre 27 y 6) para todos los acusados, la familia casi no se enteró. Nadie les dijo siquiera que podían personarse como acusación particular.
Varias veces se han colocado grandes fotografías de los asesinos en la fachada principal del Ayuntamiento mientras los vecinos bailan en las calles.
El trabajo de policías y jueces fue completado en el juicio paralelo que impulsó el propio ayuntamiento: despegó pancartas a favor de los detenidos, ante la oposición de una familia rota por el dolor; y para cuando abandonaron la prisión, entre 1996 y 1998, la Corporación Municipal ya los había nombrado hijos predilectos. Vicente Nazabal, uno de los hermanos, el que apretó el gatillo, salió de la cárcel en 1996. Me río yo de los ongi-etorris. Recibió un sentido y cálido homenaje de bienvenida, con comida popular incluida, y un alegre pasacalles festivo-militar desfiló por delante de la casa donde vivió el exalcalde asesinado. Como no era suficiente, ese año inauguró las fiestas del pueblo lanzando el chupinazo desde el balcón. En 1998 se repetiría algo parecido con el siguiente delincuente que salía de la cárcel, el otro hermano. Todo en familia. Varias veces se han colocado grandes fotografías de los asesinos en la fachada principal del Ayuntamiento mientras los vecinos bailan en las calles. La corporación completó su actuación colocando tres contenedores de basura en el lugar donde mucho antes había caído abatido Jesús. Años más tarde, a instancias del gobierno presidido por Uxue Barkos, y no sin insistencia, se consiguió que se retiraran. Por supuesto, en esos años se habían abonado ayudas a esos modélicos presos y a sus familiares con cargo al presupuesto municipal o mediante aportaciones «voluntarias» de fondos que incluso fueron solicitados a la propia familia Ulayar, como publicara en su día (10/12/2000) un amplio reportaje de Diario de Navarra firmado por Javier Marrodán Ciordia.
Esta situación surrealista causa estupefacción a quien tenga, no ya algo de empatía con sus propios vecinos, sino dos dedos de frente. No estamos hablando de arrepentimiento: de hecho, cuando los condenados se han encontrado en alguna ocasión con los hijos de las víctimas, no han tenido empacho en lanzarles una patada, pegarles un cabezazo e incluso apuntarles con un paraguas simulando un arma. Estamos ante algo mucho más básico y elemental. Es la viva imagen de la miseria moral de un pueblo, de la ruptura y pisoteo de unas normas mínimas de convivencia y respeto. Eso es una lacra inmensa para la sociedad en su conjunto, una lacra que parece que no queremos ver. Porque el asunto no acaba ahí.
La corporación completó su actuación colocando tres contenedores de basura en el lugar donde mucho antes había caído abatido Jesús.
La familia Ulayar intentó que el Ayuntamiento retirara ese título abyecto de hijos predilectos. No pudo ser. La moción, presentada por UPN, indica el reportaje citado, así como el libro de Salvador, fue rechazada por los cuatro concejales de HB y la abstención de los seis concejales de la coalición EA-PNV («enterados del escrito sin entrar en la votación del mismo», parece que estuviesen friendo la velocidad). Estamos ante una historia que llena de miseria moral a todos sus protagonistas: un ambiente claustrofóbico, lleno de mesianismo y miedo, que acaba encerrándolos en una espiral sin sentido.
Todos esos años, la familia se ha sentido sola. Se sigue sintiendo sola. Porque, además, para completar el cuadro, durante esos años, la casa ha aparecido en muchas ocasiones con pintadas a favor de ETA. Han sido inútiles, por supuesto, todos los esfuerzos del Departamento de Paz y Convivencia del gobierno de Navarra y el empeño de la familia para que los servicios de limpieza de un municipio que de forma tan entusiasta y estúpida se ha volcado con los integrantes del comando asesino limpiasen a fondo la pared. No les toca. El 14 de noviembre pasado la Delegación del Gobierno de Navarra se dirigió al ayuntamiento para que procediera a borrar la pintada «ETA» en una pared de la casa. Daba un mes de plazo. No parecía complicado.
La miseria moral no desaparece
En el sano juicio de una persona o de una institución no parece que debiera haber problemas. Los hubo. El Ayuntamiento, ante una petición de esa envergadura, solicita un informe jurídico para ver si, además de recibir como héroes –sin ningún informe– a delincuentes que han matado a un ex-alcalde del municipio, puede borrar también la palabra «ETA» de un domicilio particular, tras haber sido solicitado de forma reiterada por la familia y ordenado por la Delegación del Gobierno.
Se trata de un informe prolijo de 13 páginas del 11 de diciembre), lleno de párrafos farragosos, cuyo coste en horas y euros desconozco. Y concluye, atención, (en lo que sigue incluyo comas que faltan en el original, aunque he respetado las redundancias) de este modo: «El Ayuntamiento, en un sentido amplio de la limpieza viaria, debería limpiar aquellas pintadas que estuvieran en edificios o espacios públicos; y trasladar una notificación al particular propietario del bien afectado por la pintada, informándole del oficio». Es decir: da lo mismo que diga «Gora ETA!», «El dueño es un violador de niños», «Muerte al alcalde”, “Esta señora tiene 5 esclavos en casa» o «Beba Coca-Cola». El Ayuntamiento no puede intervenir. ¿Por qué? Porque así se evitan posibles reclamaciones de los particulares afectados.
De modo que eso se ha comunicado a la familia (Expediente 678/2023, sin fecha): ¿Quieren que se quite eso? Pues quítenlo ustedes, que nosotros nos metemos en un lío con ustedes si lo hacemos. No vaya a ser que ustedes nos acaben llevando a los tribunales.
Pronto serán ya 45 años de tortura. La miseria moral no desaparece. Antes de que termine este año, y ante la falta de esperanza en que se puedan conseguir unos mínimos de convivencia un poco más dignos, desde Gogoan-Por una memoria digna queremos mandar un sentido abrazo a toda la familia Ulayar. Nosotros, al menos, estamos con ellos.
NOTA. En la última semana del año 2023, el Ayuntamiento de Etxarri Aranatz borró la pintada de la fachada.