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Recientemente, se ha proyectado en Zinexit, la XII Muestra de Cine y Derechos Humanos, el primer largometraje del director gipuzkoano Manu Gómez, Érase una vez en Euskadi. Se trata de una película con mucho de autobiográfica en la que retrata el devenir de una cuadrilla de chavales en los años ochenta en un pequeño pueblo. Un verano inolvidable para los cuatro por muy diferentes motivos.
Como contexto y subtexto se hace presente de forma permanente la durísima realidad social de aquellos años: el desempleo, las drogas, el VIH-Sida… y también ETA y su entorno social. Una violencia que llega a empaparlo todo, pero sin tomar el protagonismo del filme en ningún momento. Y quizás este sea uno de sus aciertos. No se trata de la enésima película sobre la violencia. No. Simplemente es el asfixiante paisaje en el que se desarrollan cuatro infancias.
…la durísima realidad social de aquellos años: el desempleo, las drogas, el VIH-Sida… y también ETA y su entorno social. Una violencia que llega a empaparlo todo
En este sentido, la película defraudará a unos y a otros. A quienes esperan otro Patria, la Línea invisible o Maixabel. Porque no hay un posicionamiento militante del director en su obra. Como tampoco hay atisbo de ninguna ambigüedad que sirva de vía de escape a quienes de un modo u otro aún hoy quieran desdibujar o redibujar el horror del terrorismo. Curiosamente es precisamente la neutralidad al retratar todo ello lo que no deja al espectador más opción que considerarlo injustificable.
es precisamente la neutralidad al retratar todo ello lo que no deja al espectador más opción que considerarlo injustificable
Quizás no hace falta la coincidencia generacional o geográfica con el director y lo narrado, para anticipar la veracidad de lo que se describe.
- Que ETA tuvo un respaldo social que la permitió perpetuarse décadas como excepción violenta vasca en el contexto europeo.
- Que hubo (y hay) una cultura de la violencia en la que se reproducen los antivalores más viles.
- Que hubo (y pervive) una exaltación como héroes de quienes asesinaron cobardemente a otros vecinos y vecinas.
- Que hubo silencio (auto)impuesto hasta que movimientos sociales como Gesto por la paz ocuparon el espacio público.
- Y que también hubo mucho de banalización del terror en su vertiente de kale borroka.
Por cierto, impresiona la crudeza con la que se muestran las actitudes y comportamientos xenófobos que se emplearon contra los trabajadores y trabajadoras que vinieron de otros puntos de la geografía española a trabajar a Euskadi. Los maquetos. Impacta ver incluso como en ese afán natural por integrarse se producen fenómenos del peor y más triste asimilacionismo: lograr la aceptación social a través de un impostado aprendizaje del euskera, de vestir una txapela, de apoyar una concentración de la izquierda abertzale o hasta enrolarse en ETA. Habrá quien crea que es una exageración, pero ahí están casos tan verídicos como los de Kepa (Pedro) del Hoyo, Domingo Troitiño, José Manuel Valdueza, José Luis Martín Carmona o Iñaki de Juana Chaos.
impresiona la crudeza con la que se muestran las actitudes y comportamientos xenófobos que se emplearon contra los trabajadores y trabajadoras que vinieron de otros puntos de la geografía española a trabajar a Euskadi
Sin embargo, quedarse con esto, sería perderse lo principal. Aunque trascurran entre calles llenas de pintadas, carteles y grito de consignas, durante hora y media se nos cuentan las vivencias de cuatro chicos que ese verano viven su primer amor, juegan hasta agotarse, callejean, se frustran en un deporte que les apasiona, sueñan con irse de vacaciones, se emocionan con la compra de un vídeo Beta en casa o abren los ojos a un mundo de adultos más gris y oscuro que el lluvioso cielo de ese agosto. Y ahí, en esa infancia feliz y divertida, al tiempo que precaria y convulsa, es donde está el corazón de la película. Porque este filme habla más de las penurias de la clase obrera que de los años de plomo.
Y ahí, en esa infancia feliz y divertida, al tiempo que precaria y convulsa, es donde está el corazón de la película. Porque este filme habla más de las penurias de la clase obrera que de los años de plomo
En todo caso, independientemente de lo que cada cual quiera pensar, merece la pena ver la película por la interpretación de estos cuatro jóvenes actores, acompañados por Arón Piper, Josean Bengoetxea, Ruth Díaz o Yon González, por algunos diálogos impagables, por las 22 nominaciones a los premios Goya y porque está bien accesible en Netflix.
Sergio Campo, miembro de Gogoan, por una memoria digna