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Gogoan-por una memoria digna

~ Por una memoria digna como derecho de las víctimas y de la sociedad vasca en general. Una memoria que deslegitime la violencia y que sea pedagógica para prevenir situaciones como las vividas en Euskal Herria los últimos 50 años.

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El mito fundacional de ETA

23 martes Jun 2020

Posted by gogoanmemoria in Memoria

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antifranquismo, asesinato, atentado, cafetería Rolando, CCOO, desaparecidos, Diario de Navarra, Diario Noticias de Navarra, ETA, Fermín Monasterio, Isaias Carrasco, Jose Antonio Pardines, La línea invisible, Luis Carrero Blanco, Melitón Manzanas

Se ha estrenado la serie sobre los inicios de ETA ”La línea invisible” y nos vendrá bien verla porque así repensaremos el mito fundacional de ETA basado en los supuestos orígenes bondadosos y antifranquistas de la organización terrorista. De hecho, quienes justifican el actuar de ETA construyen su núcleo argumental en los años que van del 68 al 75 y en ocasiones ocultan el resto de los 50 años de violencia y terror.

se pueden conocer las razones de ETA, sin que ello suponga que se aprueben los hechos que se cometieron en su nombre

Paradójicamente, el 90% de las víctimas de ETA se produjeron en democracia. Pero incluso sin ese importante dato, resulta relevante y necesario deconstruir ese mito fundacional.

Humberto Fouz Escudero, Jorge García Carneiro y Fernando Quiroga Veiga, desaparecidos en 1973

En primer lugar, porque al asesinato de Melitón Manzanas (una de las bases de ese mito) le siguieron por ejemplo; el asesinato del taxista Fermín Monasterio en 1969, la desaparición de tres jóvenes gallegos en 1973, todavía pendiente de esclarecimiento, y el atentado de la Cafetería Rolando que causó 13 muertos en 1974. Destaco estos atentados porque rompen de forma clara el concepto (problemático también) de la legítima defensa que trató de armar ETA y su universo emocional. Así que incluso en esos años de “violencia antifranquista” o de “respuesta legítima” ETA actuó sin ningún tipo de justificación.

El actuar de ETA caminó sobre diferentes contextos históricos. Sin embargo, y de forma recurrente, se selecciona únicamente sus inicios para fortalecer la narrativa de la violencia, para hacernos ver que la violencia de ETA fue, sobre todo, una violencia de respuesta y, se sobreentiende, justa. No existe Isaías Carrasco, ni el resto de víctimas que lo fueron en democracia.

Frente a eso, tenemos que subrayar que el ejercicio de la violencia es, sobre todo, un ejercicio autónomo y no condicionado. ETA escogió intencionadamente, y durante 50 años seguidos, la violencia para imponer su ideario, dentro de una serie de influencias históricas y políticas sí, pero perfectamente podía no haberlo hecho.

ETA escogió intencionadamente, y durante 50 años seguidos, la violencia para imponer su ideario, dentro de una serie de influencias históricas y políticas sí, pero perfectamente podía no haberlo hecho.

Tal y como dice mi compañera de Gogoan por una memoria digna, Isabel Urkijo, “se pueden conocer las razones de ETA, sin que ello suponga que se aprueben los hechos que se cometieron en su nombre”. Que ETA naciera en un contexto determinado no justifica su actuar. Matar, y seguir haciéndolo incluso una vez se murió el dictador, fue una decisión autónoma de ETA solo condicionada a su voluntad de imponer un proyecto político a la sociedad, una dinámica que no todos los antifranquistas ejercieron.

miles los militantes antifranquistas que no usaron la violencia

Fueron miles los militantes antifranquistas que no usaron la violencia y, además, fueron muy eficaces en su lucha. La creatividad organizativa, las nuevas ideas que conectaron con las mayorías sociales, la adaptación a la situación de clandestinidad y la unidad en torno a CCOO fueron claves para esa eficacia contestataria y, en general, pacífica.

Sin embargo, y a pesar de esos ejemplos, se nos hace creer que no había más remedio que matar, pero la violencia es evitable porque la violencia es una elección. De hecho para cuando ETA asesina a Pardines el debate sobre la violencia ya se había decantado a favor del terrorismo.

Además de los hechos históricos, que niegan el mito fundacional de ETA, hay varias consideraciones sobre la violencia “justa” que es necesario también valorar, y que en la justificación de ETA suele estar ausente.

Nada asegura el éxito de una causa por el asesinato de un tirano. Se tiende a la especulación con ese paradigma; es decir, no es una certeza que matando a un líder se termine con sus ideas. Se da como irrefutable ese hecho, pero no es cierto y, en el caso del asesinato de Carrero Blanco, se suele abusar de esa idea.

La izquierda revolucionaria de aquella época, que sirvió de sostén para la violencia de ETA, se sumió en un debate horrible que planteaba un dicotomía peligrosa entre eficacia/no eficacia de la violencia, dejando de lado consideraciones hoy básicas en el análisis sobre los procesos de violencia. Solo se valoraba la violencia desde el hecho contemporáneo de la muerte, sin advertir que tras la muerte violenta vienen años de dolor y duelo no resuelto. No hubo, entre esa izquierda, una consideración sobre el daño que se estaba generando en el futuro, se valoraba la muerte desde el corto plazo.

No hubo una consideración sobre el daño que se estaba generando en el futuro, se valoraba la muerte desde el corto plazo.

Entre quienes se apoyan en ese mito fundacional para justificar las acciones de ETA, tampoco suele existir una consideración crítica sobre el militarismo y los valores intrínsecos que genera el ejercicio de la violencia porque matar embrutece y deshumaniza. Entre quienes matan y entre quienes justifican esa barbaridad, se suele dar un desfallecimiento de la cultura democrática y un desprecio del pluralismo.

Tal y como estamos viendo actualmente, parar de matar no es tan sencillo como el hecho, positivo, de colgar las armas. Porque hay una mentalidad asociada a la violencia que queda tatuada durante años. No se terminan de resolver determinadas cuestiones prepolíticas porque durante demasiado tiempo se ha defendido la causa política como un bien absoluto por el que merece la pena matar y odiar. En realidad morir por la patria se utiliza como eufemismo, porque el morir implica el matar, y eso no tiene nada de romántico.

durante demasiado tiempo se ha defendido la causa política como un bien absoluto por el que merece la pena matar y odiar

Para vivir en el engaño del mito fundacional de ETA hace falta creer en una perversión: matar, hasta un momento concreto, pudo estar bien. Creer que todas las víctimas eran Carrero Blanco tranquiliza las conciencias de quienes no podrían soportar, o no querrían saber, que en su nombre fueron asesinadas una tras otra hasta 842 personas más, pero no deja de ser una historia falseada por un mito construido desde la insensibilidad. Porque tal y como dice Albert Camus ”hacer sufrir es la única manera de equivocarse”.

fueron asesinadas una tras otra hasta 842 personas más, pero no deja de ser una historia falseada por un mito construido desde la insensibilidad.

 

 

Artículo de Joseba Eceolaza, miembro de Gogoan-Memoria Digna. Fue publicado en ‘Diario Noticias de Navarra’ y ‘Diario de Navarra’.

«Líneas complejas, miradas parciales»

10 domingo May 2020

Posted by gogoanmemoria in Memoria

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Antonio Duplá Ansuategui, Diario de Noticias de Navarra, Donostia-San Sebastián, ETA, GAL, Gara, guardia civil, Iñaki Egaña, izquierda abertzale, Jose Antonio Pardines, La línea invisible, Mariano Barroso, Melitón Manzanas, Naiz, parque de atracciones de Igeldo, Patria, Ramón Zallo, Rosenstone, Santiago de Pablo, terrorismo, tortura, Txabi Etxebarrieta, UPV-EHU, Víctimas

Dulce et decorum est pro patria mori decía el poeta latino Horacio. La hipocresía de ese «dulce y honroso es morir por la patria» la denunciaba Robert Owen en su poema The Old Lie (La vieja mentira) antes de morir él mismo en las trincheras de la Gran Guerra. Además, el reverso de ese morir por la patria ha sido históricamente el comprometido matar por la patria, y esa constatación nos lleva directamente a nuestro tema, la serie televisiva La línea invisible, recientemente emitida y que ha provocado un notable debate. La serie dirigida por Mariano Barroso consta de seis capítulos y cuenta con un excelente plantel de actores y actrices fundamentalmente catalanes y vascos. Recrea los primeros años de la historia de ETA y, más en concreto, las primeras muertes sobresalientes de esa historia, las del militante de ETA Txabi Etxebarrieta y el guardia civil José Antonio Pardines en junio de 1969, y la del policía y conocido torturador Melitón Manzanas unas semanas después.

Jose Antonio Pardines
Txabi Etxebarrieta
Melitón Manzanas

La serie, muy recomendable en mi opinión, ha recibido opiniones muy favorables y también, como no podía ser de otra manera, críticas negativas. Me interesa ahora referirme a estas últimas, en concreto a las escritas por Iñaki Egaña y Ramón Zallo en sendos periódicos de ámbito vasconavarro, Gara y Diario de Noticias de Navarra respectivamente. Creo que ambas merecen atención porque, en distinto grado, evidencian un tipo de pensamiento muy presente en la sociedad vasca, en particular en amplios sectores autoconsiderados de izquierda y progresistas. Para ambos autores la serie es burdamente maniquea, ridiculiza a los militantes etarras, blanquea a la dictadura franquista y a sus policías, en particular a Melitón Manzanas y, en consecuencia, falsea la realidad histórica. A partir de ahí, es justo reconocer las diferencias de tono y los matices entre una y otra valoración.

Iñaki Egaña

Iñaki Egaña, con notable trazo grueso, denuncia la, en su opinión, manipulación grosera de la serie, que abusaría de la ridiculización del mundo de ETA y de la presentación de mentiras intencionadas, como en el caso de la muerte de Etxebarrieta y, en general, de la difuminación del franquismo, que asimila, en un concepto que le es caro, al genocidio. En su valoración general, cae en el mismo maniqueísmo que denuncia, pues parece no haber margen entre su crítica radical y quienes aplauden la serie, que serían «quienes habitualmente siguen las directrices de Interior». Serie que, desliza, se habrá financiado con alguna versión actualizada de los fondos reservados y que se añadiría a una larga serie de títulos que participarían del relato único y de la negación del conflicto político.

Ramón Zallo

La crítica de Ramón Zallo parece, en principio, más elaborada y más matizada. En primer lugar, no deja de elogiar la factura de la serie, según él bellamente contada. No obstante, la conclusión es igualmente rotunda: la serie no ayuda a entender nuestra historia, sino que la embarra (al igual que la novela Patria) y, en el fondo, es reaccionaria. A ello contribuirían desde la tergiversación de la historia de aquellos primeros años de ETA, la edulcoración de la dictadura franquista y en especial de sus policías, y la presentación distorsionada de Etxebarrieta. La serie sería particularmente reaccionaria al presentar de forma determinista una continuidad entre aquella ETA, amparada en el legítimo principio de resistencia (se remite incluso a Francisco de Vitoria) y la de las décadas siguientes.

Frente a ambas críticas, y otras posibles, yo comenzaría por recordar que estamos ante una obra de ficción. Santiago de Pablo, colega de la UPV/EHU y él mismo destacado estudioso sobre cine e historia, también en el caso de ETA, lo destacaba recientemente y se remitía a Rosenstone y al concepto de «invención adecuada» para encuadrar la serie y aquilatar las posibles valoraciones.

Más allá de la discusión sobre aspectos concretos de la reconstrucción histórica de la serie, tema importante, pero que merecería otro espacio, quisiera referirme en primer lugar a dos cuestiones que ambos críticos pasan por alto y que considero de particular interés.

La primera hace referencia a un tema central en la serie, esto es, a la decisión de matar que se supone que toman los militantes de ETA en un momento dado y que realmente supone un hito en la historia de la organización y, por extensión, en nuestra historia reciente. Creo que, acostumbrados en las últimas décadas, hasta épocas relativamente recientes, al cómputo regular de asesinatos a manos de ETA y, en mucha menor medida, del GAL y otros grupos, hemos banalizado, y muchos han aceptado casi como normal, ese acto trascendental que supone el que alguien decida que tiene derecho, en aras de un bien superior, a quitarle la vida a otro ser humano. En mi opinión, ese punto es de una enorme trascendencia y una serie de detalles en la serie, por ejemplo, alrededor del asesinato de Pardines, se entienden directamente relacionados con el trauma que implica ese paso. Así, cabe interpretar el tema de las anfetaminas y la actitud de Etxebarrieta frente a Pardines y su histérica reacción posterior al asesinato, no tanto como una frivolización y una ridiculización del personaje, sino como un reflejo del impacto que en cualquiera puede tener la conciencia de haber decidido la posibilidad de matar a alguien y de enfrentarse a la realidad de llevarlo a cabo. Tiendo a pensar que, salvo para los psicópatas (y supongo que habrá un porcentaje -no desdeñable- en las organizaciones terroristas), la posibilidad de matar a alguien debe suponer un trauma profundo, incluso si se justifica la acción por una razón política de orden absoluto y superior.

Tiene esto que ver con el segundo ángulo de crítica que me parece importante analizar. Se trata del supuesto blanqueamiento en la serie del franquismo y, en particular, de los policías, y más en concreto todavía, de Melitón Manzanas.

En mi opinión, la serie tiene la virtud de presentar a estos individuos no solo como agentes de la represión de una Estado dictatorial (Pardines, ciertamente, como agente de Tráfico), sino también como personas con una familia, unas relaciones, un entorno más allá de su función represora. Creo que este es un aspecto esencial a la hora de entender a las víctimas, ausente tradicionalmente en la visión más convencional de la izquierda sobre la violencia política y sus consecuencias. Poner nombre y apellidos a las víctimas, conocer su entorno, pensar en quienes son irremisiblemente golpeados por su pérdida ayuda a subrayar las consecuencias irremediables de toda muerte. Y lo controvertido de un personaje como Melitón Manzanas es que reúne la paradójica condición de victimario y víctima. Y en cuanto a su supuesto blanqueamiento, sorprende que alguien de quien se espera un juicio más sutil diga que es presentado en la serie casi con un reflejo simpático. Un tipo cínico, arrogante, hipócrita en el ámbito familiar, a quien se le ve torturar, ¿puede caer simpático? ¿Hace falta que aparezca cubierto de sangre y ensañándose con su víctima para que lo rechacemos? Creo que no. El problema es que su condición de torturador aparece acompañada de otros elementos que simplemente lo hacen más humano (no mejor), pues dichos elementos no difuminan lo inaceptable de su actividad, pero hacen su figura más compleja, como la de cualquier ser humano.

Dos apuntes adicionales. Se dice también que se naturaliza la dictadura porque, entre otras razones, se ve una sociedad alegre en el parque de Igueldo. Yo he estado en el parque de atracciones de Igueldo a mediados de los años sesenta y realmente allí la gente pretendía disfrutar. El franquismo fue una dictadura implacable, pero en los años sesenta también había espacios de ocio que la sociedad aprovechaba. La burbuja en la que hemos vivido durante mucho tiempo los militantes de la izquierda más radical quizá no nos dejaba ver un mundo en el que, junto a las negruras que distinguíamos y denunciábamos con justeza, había más realidades. Se denuncia igualmente como algo anacrónico y abiertamente reaccionario la pretensión de continuidad que la serie establece entre aquella ETA y la de décadas posteriores, esta sí, aparentemente, más rechazable. Habría que decir que esa continuidad la reivindican la propia ETA y la izquierda abertzale, al haber convertido a Txabi Etxebarrieta en un mártir, símbolo de la lucha de liberación de Euskal Herria. Por otra parte, la continuidad viene dada por la decisión de convertirse en una organización armada que, pese a las presuntas buenas intenciones iniciales y como se confirma en otras experiencias históricas, acaba finalmente convertida en una organización terrorista. Ese es el tema que ofrece mayor interés para el debate, el hecho, en principio negado por la evidencia histórica, de que una organización que opta por la lucha armada pueda superar el militarismo, el sectarismo, su estructura forzosamente antidemocrática y, en definitiva, su deriva terrorista.

En fin, no creo que la serie apueste por el relato único y por la negación del conflicto. Al contrario, pienso que, desde la ficción, aporta elementos de reflexión muy interesantes para abordar la progresiva elaboración de ese necesario relato. Y lo hace con un ángulo novedoso y sugerente, abandonando la épica y centrándose en la complejidad poliédrica de las personas concretas.

 


Antonio Duplá Ansuategui, historiador y miembro de Gogoan, por una memoria digna

Este artículo ha sido publicado en Naiz y en una versión más corta en Diario de Noticias de Navarra,

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