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Dulce et decorum est pro patria mori decía el poeta latino Horacio. La hipocresía de ese «dulce y honroso es morir por la patria» la denunciaba Robert Owen en su poema The Old Lie (La vieja mentira) antes de morir él mismo en las trincheras de la Gran Guerra. Además, el reverso de ese morir por la patria ha sido históricamente el comprometido matar por la patria, y esa constatación nos lleva directamente a nuestro tema, la serie televisiva La línea invisible, recientemente emitida y que ha provocado un notable debate. La serie dirigida por Mariano Barroso consta de seis capítulos y cuenta con un excelente plantel de actores y actrices fundamentalmente catalanes y vascos. Recrea los primeros años de la historia de ETA y, más en concreto, las primeras muertes sobresalientes de esa historia, las del militante de ETA Txabi Etxebarrieta y el guardia civil José Antonio Pardines en junio de 1969, y la del policía y conocido torturador Melitón Manzanas unas semanas después.
- Jose Antonio Pardines
- Txabi Etxebarrieta
- Melitón Manzanas
La serie, muy recomendable en mi opinión, ha recibido opiniones muy favorables y también, como no podía ser de otra manera, críticas negativas. Me interesa ahora referirme a estas últimas, en concreto a las escritas por Iñaki Egaña y Ramón Zallo en sendos periódicos de ámbito vasconavarro, Gara y Diario de Noticias de Navarra respectivamente. Creo que ambas merecen atención porque, en distinto grado, evidencian un tipo de pensamiento muy presente en la sociedad vasca, en particular en amplios sectores autoconsiderados de izquierda y progresistas. Para ambos autores la serie es burdamente maniquea, ridiculiza a los militantes etarras, blanquea a la dictadura franquista y a sus policías, en particular a Melitón Manzanas y, en consecuencia, falsea la realidad histórica. A partir de ahí, es justo reconocer las diferencias de tono y los matices entre una y otra valoración.

Iñaki Egaña
Iñaki Egaña, con notable trazo grueso, denuncia la, en su opinión, manipulación grosera de la serie, que abusaría de la ridiculización del mundo de ETA y de la presentación de mentiras intencionadas, como en el caso de la muerte de Etxebarrieta y, en general, de la difuminación del franquismo, que asimila, en un concepto que le es caro, al genocidio. En su valoración general, cae en el mismo maniqueísmo que denuncia, pues parece no haber margen entre su crítica radical y quienes aplauden la serie, que serían «quienes habitualmente siguen las directrices de Interior». Serie que, desliza, se habrá financiado con alguna versión actualizada de los fondos reservados y que se añadiría a una larga serie de títulos que participarían del relato único y de la negación del conflicto político.

Ramón Zallo
La crítica de Ramón Zallo parece, en principio, más elaborada y más matizada. En primer lugar, no deja de elogiar la factura de la serie, según él bellamente contada. No obstante, la conclusión es igualmente rotunda: la serie no ayuda a entender nuestra historia, sino que la embarra (al igual que la novela Patria) y, en el fondo, es reaccionaria. A ello contribuirían desde la tergiversación de la historia de aquellos primeros años de ETA, la edulcoración de la dictadura franquista y en especial de sus policías, y la presentación distorsionada de Etxebarrieta. La serie sería particularmente reaccionaria al presentar de forma determinista una continuidad entre aquella ETA, amparada en el legítimo principio de resistencia (se remite incluso a Francisco de Vitoria) y la de las décadas siguientes.
Frente a ambas críticas, y otras posibles, yo comenzaría por recordar que estamos ante una obra de ficción. Santiago de Pablo, colega de la UPV/EHU y él mismo destacado estudioso sobre cine e historia, también en el caso de ETA, lo destacaba recientemente y se remitía a Rosenstone y al concepto de «invención adecuada» para encuadrar la serie y aquilatar las posibles valoraciones.
Más allá de la discusión sobre aspectos concretos de la reconstrucción histórica de la serie, tema importante, pero que merecería otro espacio, quisiera referirme en primer lugar a dos cuestiones que ambos críticos pasan por alto y que considero de particular interés.
La primera hace referencia a un tema central en la serie, esto es, a la decisión de matar que se supone que toman los militantes de ETA en un momento dado y que realmente supone un hito en la historia de la organización y, por extensión, en nuestra historia reciente. Creo que, acostumbrados en las últimas décadas, hasta épocas relativamente recientes, al cómputo regular de asesinatos a manos de ETA y, en mucha menor medida, del GAL y otros grupos, hemos banalizado, y muchos han aceptado casi como normal, ese acto trascendental que supone el que alguien decida que tiene derecho, en aras de un bien superior, a quitarle la vida a otro ser humano. En mi opinión, ese punto es de una enorme trascendencia y una serie de detalles en la serie, por ejemplo, alrededor del asesinato de Pardines, se entienden directamente relacionados con el trauma que implica ese paso. Así, cabe interpretar el tema de las anfetaminas y la actitud de Etxebarrieta frente a Pardines y su histérica reacción posterior al asesinato, no tanto como una frivolización y una ridiculización del personaje, sino como un reflejo del impacto que en cualquiera puede tener la conciencia de haber decidido la posibilidad de matar a alguien y de enfrentarse a la realidad de llevarlo a cabo. Tiendo a pensar que, salvo para los psicópatas (y supongo que habrá un porcentaje -no desdeñable- en las organizaciones terroristas), la posibilidad de matar a alguien debe suponer un trauma profundo, incluso si se justifica la acción por una razón política de orden absoluto y superior.
Tiene esto que ver con el segundo ángulo de crítica que me parece importante analizar. Se trata del supuesto blanqueamiento en la serie del franquismo y, en particular, de los policías, y más en concreto todavía, de Melitón Manzanas.
En mi opinión, la serie tiene la virtud de presentar a estos individuos no solo como agentes de la represión de una Estado dictatorial (Pardines, ciertamente, como agente de Tráfico), sino también como personas con una familia, unas relaciones, un entorno más allá de su función represora. Creo que este es un aspecto esencial a la hora de entender a las víctimas, ausente tradicionalmente en la visión más convencional de la izquierda sobre la violencia política y sus consecuencias. Poner nombre y apellidos a las víctimas, conocer su entorno, pensar en quienes son irremisiblemente golpeados por su pérdida ayuda a subrayar las consecuencias irremediables de toda muerte. Y lo controvertido de un personaje como Melitón Manzanas es que reúne la paradójica condición de victimario y víctima. Y en cuanto a su supuesto blanqueamiento, sorprende que alguien de quien se espera un juicio más sutil diga que es presentado en la serie casi con un reflejo simpático. Un tipo cínico, arrogante, hipócrita en el ámbito familiar, a quien se le ve torturar, ¿puede caer simpático? ¿Hace falta que aparezca cubierto de sangre y ensañándose con su víctima para que lo rechacemos? Creo que no. El problema es que su condición de torturador aparece acompañada de otros elementos que simplemente lo hacen más humano (no mejor), pues dichos elementos no difuminan lo inaceptable de su actividad, pero hacen su figura más compleja, como la de cualquier ser humano.
Dos apuntes adicionales. Se dice también que se naturaliza la dictadura porque, entre otras razones, se ve una sociedad alegre en el parque de Igueldo. Yo he estado en el parque de atracciones de Igueldo a mediados de los años sesenta y realmente allí la gente pretendía disfrutar. El franquismo fue una dictadura implacable, pero en los años sesenta también había espacios de ocio que la sociedad aprovechaba. La burbuja en la que hemos vivido durante mucho tiempo los militantes de la izquierda más radical quizá no nos dejaba ver un mundo en el que, junto a las negruras que distinguíamos y denunciábamos con justeza, había más realidades. Se denuncia igualmente como algo anacrónico y abiertamente reaccionario la pretensión de continuidad que la serie establece entre aquella ETA y la de décadas posteriores, esta sí, aparentemente, más rechazable. Habría que decir que esa continuidad la reivindican la propia ETA y la izquierda abertzale, al haber convertido a Txabi Etxebarrieta en un mártir, símbolo de la lucha de liberación de Euskal Herria. Por otra parte, la continuidad viene dada por la decisión de convertirse en una organización armada que, pese a las presuntas buenas intenciones iniciales y como se confirma en otras experiencias históricas, acaba finalmente convertida en una organización terrorista. Ese es el tema que ofrece mayor interés para el debate, el hecho, en principio negado por la evidencia histórica, de que una organización que opta por la lucha armada pueda superar el militarismo, el sectarismo, su estructura forzosamente antidemocrática y, en definitiva, su deriva terrorista.
En fin, no creo que la serie apueste por el relato único y por la negación del conflicto. Al contrario, pienso que, desde la ficción, aporta elementos de reflexión muy interesantes para abordar la progresiva elaboración de ese necesario relato. Y lo hace con un ángulo novedoso y sugerente, abandonando la épica y centrándose en la complejidad poliédrica de las personas concretas.
Antonio Duplá Ansuategui, historiador y miembro de Gogoan, por una memoria digna
Este artículo ha sido publicado en Naiz y en una versión más corta en Diario de Noticias de Navarra,
Muy buen análisis de la serie y de las críticas suscitadas a raíz de ella
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