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Gogoan-por una memoria digna

~ Por una memoria digna como derecho de las víctimas y de la sociedad vasca en general. Una memoria que deslegitime la violencia y que sea pedagógica para prevenir situaciones como las vividas en Euskal Herria los últimos 50 años.

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«Los parias de la tierra»

12 martes Abr 2022

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Aunque tienen diferencias evidentes, ETA intentó emular al IRA en algunos de sus peores atropellos. En ocasiones, de aquella copia salió una versión chapucera del terrorismo que, sin embargo, añadió más drama al asunto. En 1993, tras la Declaración de Downing Street que se leería a posteriori como el prólogo del proceso de paz, hubo diecisiete meses de tregua que el IRA rompió con un atentado en el barrio financiero de Canary Wharf, en Londres. La negociación estaba estancada y el IRA pretendió demostrar su fuerza así, con una potente bomba. Murieron dos personas, Inam Bashir y John Jeffries.

 

ETA hizo prácticamente lo mismo en la tregua del 2006, que rompió con un atentado en la terminal 4 del aeropuerto de Barajas al colocar una furgoneta bomba en el aparcamiento. La fecha, un concurrido 30 de diciembre. En esa ocasión murieron dos hombres ecuatorianos que, por no tener, no tenían ni un sitio para dormir dignamente, ya que habían pasado la noche en sus respectivos coches. Diego Armando Estacio había nacido en el barrio marginal de Machala, en Ecuador, en una casa con ladrillos desnudos y agujeros en las ventanas.

Carlos Alonso Palate fue la otra víctima que murió bajo los escombros de ese pulso sangriento que ETA diseñó. Carlos era de un pueblo de los Alpes ecuatorianos, lleno de polvo y rodeado de piedras. Picaihua se llama. Su madre viajó hasta Madrid para identificar el cuerpo de su hijo. Era la primera vez que salía de su pueblo porque, pobre hasta las cachas, era Carlos quien alimentaba a toda su familia.

En su delirio, el IRA trató además de imponer una especie de seguridad pública propia. Para ese trabajo, al que se dedicaron con mano dura, actuaban contra los robos y el consumo drogas. Pero, violentos como eran, el exceso solía imponerse a su orden.

Juzgaban como lo hacían los Tribunales Militares del franquismo: ellos eran los jueces, marcaban las normas a seguir, no cabían pruebas contrarias ni existía un esfuerzo probatorio, no había posibilidad de recurso y, por supuesto, la sentencia estaba decidida de antemano

Y, aunque las dos organizaciones tienen diferencias evidentes, en esto ETA tampoco fue muy original. En su particular estrategia de seguridad pública, se dedicó a matar a personas a las que acusaba, en la mayoría de las ocasiones sin fundamento, de chivatos o traficantes. Así fue engordando la lista de damnificados por su locura. Juzgaban como lo hacían los Tribunales Militares del franquismo: ellos eran los jueces, marcaban las normas a seguir, no cabían pruebas contrarias ni existía un esfuerzo probatorio, no había posibilidad de recurso y, por supuesto, la sentencia estaba decidida de antemano. Alguien era chivato, policía secreta o camello que colaboraba con la Guardia Civil porque ETA lo decidía, y nada más.

En 1973, ETA mató a los jóvenes gallegos Fernando Quiroga, José Humberto Fouz y Jorge Juan García porque estando en San Juan de Luz los confundieron con policías. Sus cuerpos, 48 años después, aún están desaparecidos.

En 1981, otros tres chicos jóvenes que iban vendiendo libros a domicilio en Tolosa, Pedro Conrado Martínez Castaños, Juan Manuel Martínez Castaños e Ignacio Ibarguchi, fueron asesinados al ser confundidos también con policías.

Al panadero gallego que vivía en Rentería, Cándido Cuña le intentaron matar dos veces: una en 1979 y otra en 1983. La acusación no podía ser más estrambótica: vender pan a la Guardia Civil. A Luis Domínguez Jiménez lo mataron en Bergara en 1980 por ser “amigo de guardias civiles”. En 1983, en Irún, asesinan a Lorenzo Mendizábal porque en su carnicería compraban guardias civiles. Ramón Díaz fue asesinado con una bomba lapa puesta en su humilde Ford Orion en el año 2001 porque era cocinero en la comandancia de Marina, nada más, solo por eso.

Ramón Díaz fue asesinado con una bomba lapa puesta en su humilde Ford Orion en el año 2001 porque era cocinero en la comandancia de Marina

El pueblo guipuzcoano de Pasajes es oscuro y lluvioso, hecho de inmigración y marineros. En 1985, Ángel Facal, Gelín, con 42 años, iba todas las tardes a comerse un bocadillo a un bar decadente del pueblo. Se quedaba fuera porque aprovechaba para liarse un porro y fumárselo. Delgado, con el pelo desarreglado y barba larga, Ángel caminaba por el pueblo arrastrando los pies porque su dependencia a las drogas le pesaba más que la lluvia que caía incesante. A eso se dedicaba, a encontrar algo de dinero para comprarse el bocadillo y el hachís para el día, aunque en los últimos tiempos se había pasado al caballo. El 26 de febrero, Idoia López Riaño, La tigresa, le pegó un tiro en la cabeza. Gelín ya no volvería a ese bar a comer ese bocadillo porque ETA le había acusado de ser un instrumento de la represión del Estado opresor, a él, que no tenía ni para merendar en un bar viejo de su pueblo.

Cuanto más absurda era la acusación, más miedo se generaba y más intimidatorio se volvía el ambiente. El terror actúa como un disolvente de la libertad porque en el miedo, en la cabeza gacha, es donde crece con comodidad. Esos asesinatos de gente común buscaban precisamente eso, que todos fuéramos cobardes porque la pistola y la lengua acusatoria podían apuntarte en cualquier momento.

Cuanto más absurda era la acusación, más miedo se generaba y más intimidatorio se volvía el ambiente.

Así que, entre acusaciones de tráfico de drogas y chivateo que estiraron hasta el infinito, ETA aplicó su propia justicia popular a docenas de personas. Una actitud que a veces escondía una chapuza evidente y otras, el ánimo de ejercer un control social dictatorial. Porque también los parias de la tierra estuvieron bajo el yugo de ETA.

 

Escrito por Joseba Eceolaza, miembro de Gogoan por una memoria digna

Este artículo ha sido publicado en Diario de Navarra, Diario de Noticias, El Correo y Diario Vasco.

«Líneas complejas, miradas parciales»

10 domingo May 2020

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Antonio Duplá Ansuategui, Diario de Noticias de Navarra, Donostia-San Sebastián, ETA, GAL, Gara, guardia civil, Iñaki Egaña, izquierda abertzale, Jose Antonio Pardines, La línea invisible, Mariano Barroso, Melitón Manzanas, Naiz, parque de atracciones de Igeldo, Patria, Ramón Zallo, Rosenstone, Santiago de Pablo, terrorismo, tortura, Txabi Etxebarrieta, UPV-EHU, Víctimas

Dulce et decorum est pro patria mori decía el poeta latino Horacio. La hipocresía de ese «dulce y honroso es morir por la patria» la denunciaba Robert Owen en su poema The Old Lie (La vieja mentira) antes de morir él mismo en las trincheras de la Gran Guerra. Además, el reverso de ese morir por la patria ha sido históricamente el comprometido matar por la patria, y esa constatación nos lleva directamente a nuestro tema, la serie televisiva La línea invisible, recientemente emitida y que ha provocado un notable debate. La serie dirigida por Mariano Barroso consta de seis capítulos y cuenta con un excelente plantel de actores y actrices fundamentalmente catalanes y vascos. Recrea los primeros años de la historia de ETA y, más en concreto, las primeras muertes sobresalientes de esa historia, las del militante de ETA Txabi Etxebarrieta y el guardia civil José Antonio Pardines en junio de 1969, y la del policía y conocido torturador Melitón Manzanas unas semanas después.

Jose Antonio Pardines
Txabi Etxebarrieta
Melitón Manzanas

La serie, muy recomendable en mi opinión, ha recibido opiniones muy favorables y también, como no podía ser de otra manera, críticas negativas. Me interesa ahora referirme a estas últimas, en concreto a las escritas por Iñaki Egaña y Ramón Zallo en sendos periódicos de ámbito vasconavarro, Gara y Diario de Noticias de Navarra respectivamente. Creo que ambas merecen atención porque, en distinto grado, evidencian un tipo de pensamiento muy presente en la sociedad vasca, en particular en amplios sectores autoconsiderados de izquierda y progresistas. Para ambos autores la serie es burdamente maniquea, ridiculiza a los militantes etarras, blanquea a la dictadura franquista y a sus policías, en particular a Melitón Manzanas y, en consecuencia, falsea la realidad histórica. A partir de ahí, es justo reconocer las diferencias de tono y los matices entre una y otra valoración.

Iñaki Egaña

Iñaki Egaña, con notable trazo grueso, denuncia la, en su opinión, manipulación grosera de la serie, que abusaría de la ridiculización del mundo de ETA y de la presentación de mentiras intencionadas, como en el caso de la muerte de Etxebarrieta y, en general, de la difuminación del franquismo, que asimila, en un concepto que le es caro, al genocidio. En su valoración general, cae en el mismo maniqueísmo que denuncia, pues parece no haber margen entre su crítica radical y quienes aplauden la serie, que serían «quienes habitualmente siguen las directrices de Interior». Serie que, desliza, se habrá financiado con alguna versión actualizada de los fondos reservados y que se añadiría a una larga serie de títulos que participarían del relato único y de la negación del conflicto político.

Ramón Zallo

La crítica de Ramón Zallo parece, en principio, más elaborada y más matizada. En primer lugar, no deja de elogiar la factura de la serie, según él bellamente contada. No obstante, la conclusión es igualmente rotunda: la serie no ayuda a entender nuestra historia, sino que la embarra (al igual que la novela Patria) y, en el fondo, es reaccionaria. A ello contribuirían desde la tergiversación de la historia de aquellos primeros años de ETA, la edulcoración de la dictadura franquista y en especial de sus policías, y la presentación distorsionada de Etxebarrieta. La serie sería particularmente reaccionaria al presentar de forma determinista una continuidad entre aquella ETA, amparada en el legítimo principio de resistencia (se remite incluso a Francisco de Vitoria) y la de las décadas siguientes.

Frente a ambas críticas, y otras posibles, yo comenzaría por recordar que estamos ante una obra de ficción. Santiago de Pablo, colega de la UPV/EHU y él mismo destacado estudioso sobre cine e historia, también en el caso de ETA, lo destacaba recientemente y se remitía a Rosenstone y al concepto de «invención adecuada» para encuadrar la serie y aquilatar las posibles valoraciones.

Más allá de la discusión sobre aspectos concretos de la reconstrucción histórica de la serie, tema importante, pero que merecería otro espacio, quisiera referirme en primer lugar a dos cuestiones que ambos críticos pasan por alto y que considero de particular interés.

La primera hace referencia a un tema central en la serie, esto es, a la decisión de matar que se supone que toman los militantes de ETA en un momento dado y que realmente supone un hito en la historia de la organización y, por extensión, en nuestra historia reciente. Creo que, acostumbrados en las últimas décadas, hasta épocas relativamente recientes, al cómputo regular de asesinatos a manos de ETA y, en mucha menor medida, del GAL y otros grupos, hemos banalizado, y muchos han aceptado casi como normal, ese acto trascendental que supone el que alguien decida que tiene derecho, en aras de un bien superior, a quitarle la vida a otro ser humano. En mi opinión, ese punto es de una enorme trascendencia y una serie de detalles en la serie, por ejemplo, alrededor del asesinato de Pardines, se entienden directamente relacionados con el trauma que implica ese paso. Así, cabe interpretar el tema de las anfetaminas y la actitud de Etxebarrieta frente a Pardines y su histérica reacción posterior al asesinato, no tanto como una frivolización y una ridiculización del personaje, sino como un reflejo del impacto que en cualquiera puede tener la conciencia de haber decidido la posibilidad de matar a alguien y de enfrentarse a la realidad de llevarlo a cabo. Tiendo a pensar que, salvo para los psicópatas (y supongo que habrá un porcentaje -no desdeñable- en las organizaciones terroristas), la posibilidad de matar a alguien debe suponer un trauma profundo, incluso si se justifica la acción por una razón política de orden absoluto y superior.

Tiene esto que ver con el segundo ángulo de crítica que me parece importante analizar. Se trata del supuesto blanqueamiento en la serie del franquismo y, en particular, de los policías, y más en concreto todavía, de Melitón Manzanas.

En mi opinión, la serie tiene la virtud de presentar a estos individuos no solo como agentes de la represión de una Estado dictatorial (Pardines, ciertamente, como agente de Tráfico), sino también como personas con una familia, unas relaciones, un entorno más allá de su función represora. Creo que este es un aspecto esencial a la hora de entender a las víctimas, ausente tradicionalmente en la visión más convencional de la izquierda sobre la violencia política y sus consecuencias. Poner nombre y apellidos a las víctimas, conocer su entorno, pensar en quienes son irremisiblemente golpeados por su pérdida ayuda a subrayar las consecuencias irremediables de toda muerte. Y lo controvertido de un personaje como Melitón Manzanas es que reúne la paradójica condición de victimario y víctima. Y en cuanto a su supuesto blanqueamiento, sorprende que alguien de quien se espera un juicio más sutil diga que es presentado en la serie casi con un reflejo simpático. Un tipo cínico, arrogante, hipócrita en el ámbito familiar, a quien se le ve torturar, ¿puede caer simpático? ¿Hace falta que aparezca cubierto de sangre y ensañándose con su víctima para que lo rechacemos? Creo que no. El problema es que su condición de torturador aparece acompañada de otros elementos que simplemente lo hacen más humano (no mejor), pues dichos elementos no difuminan lo inaceptable de su actividad, pero hacen su figura más compleja, como la de cualquier ser humano.

Dos apuntes adicionales. Se dice también que se naturaliza la dictadura porque, entre otras razones, se ve una sociedad alegre en el parque de Igueldo. Yo he estado en el parque de atracciones de Igueldo a mediados de los años sesenta y realmente allí la gente pretendía disfrutar. El franquismo fue una dictadura implacable, pero en los años sesenta también había espacios de ocio que la sociedad aprovechaba. La burbuja en la que hemos vivido durante mucho tiempo los militantes de la izquierda más radical quizá no nos dejaba ver un mundo en el que, junto a las negruras que distinguíamos y denunciábamos con justeza, había más realidades. Se denuncia igualmente como algo anacrónico y abiertamente reaccionario la pretensión de continuidad que la serie establece entre aquella ETA y la de décadas posteriores, esta sí, aparentemente, más rechazable. Habría que decir que esa continuidad la reivindican la propia ETA y la izquierda abertzale, al haber convertido a Txabi Etxebarrieta en un mártir, símbolo de la lucha de liberación de Euskal Herria. Por otra parte, la continuidad viene dada por la decisión de convertirse en una organización armada que, pese a las presuntas buenas intenciones iniciales y como se confirma en otras experiencias históricas, acaba finalmente convertida en una organización terrorista. Ese es el tema que ofrece mayor interés para el debate, el hecho, en principio negado por la evidencia histórica, de que una organización que opta por la lucha armada pueda superar el militarismo, el sectarismo, su estructura forzosamente antidemocrática y, en definitiva, su deriva terrorista.

En fin, no creo que la serie apueste por el relato único y por la negación del conflicto. Al contrario, pienso que, desde la ficción, aporta elementos de reflexión muy interesantes para abordar la progresiva elaboración de ese necesario relato. Y lo hace con un ángulo novedoso y sugerente, abandonando la épica y centrándose en la complejidad poliédrica de las personas concretas.

 


Antonio Duplá Ansuategui, historiador y miembro de Gogoan, por una memoria digna

Este artículo ha sido publicado en Naiz y en una versión más corta en Diario de Noticias de Navarra,

Acercar a los presxs

15 domingo Mar 2020

Posted by gogoanmemoria in presos

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"Eskerrik asko eta barkatu", acercamiento de presos y presas, adoctrinamiento, alejamiento, cárcel Herrera de La Mancha, cumplimiento de condena, delegitimar la violencia, Diario de Noticias de Navarra, Enrique Múgica Herzog, españolista, ETA, Fundación Fernando Buesa, gudari, izquierda abertzale, Lourdes Oñederra, Noticias de Alava, Noticias de Gipuzkoa, política antiterrorista, política de dispersión, política penitenciaria, presos de ETA, reinserción

¿Venganza?

Parece que cuando comienza a funcionar un nuevo Gobierno, se inicia una nueva etapa en la que se activan nuestros temores y nuestras esperanzas. En este contexto, queremos lanzar esta pertinente pregunta: ¿por qué se mantiene a los presos de ETA a cientos de kilómetros de su lugar de residencia habitual?

Desaparecida ETA de una vez por todas, su “presencia” perdurará en nuestras vidas hasta el fin de estas. Es imposible que quienes padecimos su existencia, la olvidemos. Y con su increíble recuerdo -en ocasiones cuesta creer lo que vivimos-, trataremos de crear esa normalidad que debe existir, pero que aquí sigue estando totalmente desdibujada. Como decía Lourdes Oñederra en su discurso “Eskerrik asko eta barkatu” en el acto organizado por la Fundación Fernando Buesa, “no vamos bien cuando circulan palabras como ‘españolista’ de denotación brumosa y connotación envenenada; cuando no se sabe distinguir ‘conflicto’ de ‘violencia’, cuando se acepta la utilización de ‘gudari’, tanto para referirse a quienes se alzaron en favor de la República contra los golpistas, como para referirse a los terroristas, cuando se llama ‘equivocación’ a lo que fue una ‘opción’, la de considerar que la vida humana valía menos que la idea de patria de unos cuantos.” Sí, una realidad totalmente distorsionada y no va a ser nada fácil crear esa normalidad a la que hacíamos referencia.

no vamos bien cuando circulan palabras como ‘españolista’ de denotación brumosa y connotación envenenada; cuando no se sabe distinguir ‘conflicto’ de ‘violencia’, cuando se acepta la utilización de ‘gudari’, tanto para referirse a quienes se alzaron en favor de la República contra los golpistas, como para referirse a los terroristas, cuando se llama ‘equivocación’ a lo que fue una ‘opción’, la de considerar que la vida humana valía menos que la idea de patria de unos cuantos

Respecto a la convivencia, queda muchísimo por hacer y nos consta que hay una dura resistencia a avanzar en la dirección correcta. Precisamente una de las cuestiones que creemos imprescindible es que la izquierda abertzale elabore un discurso propio serio y sincero dirigido a deslegitimar la violencia terrorista. Pero hay otro asunto que también hay que abordar y que es mucho más sencillo. Se trata de -insistimos, desaparecida ETA- acercar a los presos a cárceles próximas al País Vasco.

Por cometer o colaborar en actos terroristas tienen que cumplir con la justicia. Sin embargo, a día de hoy ¿qué sentido tiene que estén tan lejos? Ya no lo tuvo cuando se decidió aplicar el alejamiento como medida penitenciaria dentro de la política antiterrorista. El propio Múgica Herzog artífice de la política de dispersión explicó: “la forma de dispersar era propiciar que la gente más receptiva a lo que estaba pasando en el exterior se librara de la presión del resto”. Esto es, el objetivo era liberar a todo el grupo de la presión de “los duros” con objeto de pudieran dar pasos hacia la reinserción. Y tal y como dice él mismo, se buscaba que la gente pudiera ser más receptiva respecto a lo que ocurría en el exterior. Sin embargo, al comprobar el daño que esta medida hacía en todo el entramado pro ETA, la perpetuaron sine die. Efectivamente, al mundo pro ETA le habían desmontado el chiringuito ya que, por una parte, habían terminado los akelarres de adoctrinamiento en los autobuses a Herrera de La Mancha y, por otra, se les obligaba a duplicar los esfuerzos por mantener al grupo de presos sin fisuras y cada uno fiel al cumplimiento… de su propia condena.

el objetivo era liberar a todo el grupo de la presión de “los duros” con objeto de pudieran dar pasos hacia la reinserción.

Olvidó el objetivo de la reinserción de los presos (política penitenciaria) para centrarse en la presión al entramado pro ETA (política antiterrorista)

De esta manera, con ETA muy activa, al Estado no le tembló el pulso por estirar al máximo los reglamentos aunque supusiera castigar también a personas inocentes. Olvidó el objetivo de la reinserción de los presos (política penitenciaria) para centrarse en la presión al entramado pro ETA (política antiterrorista). El resultado fue que durante 20 años las familias y amistades de los presos también fueron castigadas. Es verdad que, en muchos casos, ese entorno cercano al preso le apoyó, pero no fue en todos los casos. E, incluso aunque les hubieran apoyado, insistimos, no habían delinquido y, por lo tanto, no tenían por qué ser castigadas.

durante 20 años las familias y amistades de los presos también fueron castigadas. Es verdad que, en muchos casos, ese entorno cercano al preso le apoyó, pero no fue en todos los casos. E, incluso aunque les hubieran apoyado, insistimos, no habían delinquido y, por lo tanto, no tenían por qué ser castigadas.

Y si antes fue injusto, ahora que ETA ha desaparecido y, consecuentemente, no tiene el más mínimo sentido la política antiterrorista, ¿por qué se mantiene esa medida penitenciaria que supone ese castigo añadido? ¿Por venganza?  Como hemos comenzado diciendo, hay muchísimo trabajo por hacer. Quizás lo que más premura tenga sea contrarrestar esa corriente de quienes no vieron o no quisieron ver lo que ocurría y, ahora, siguen sin querer ver ese trabajo pendiente y se apuntan a pasar página lo más rápidamente posible coincidiendo en intereses con quienes más responsabilidad han tenido en estos 50 años de terrorismo. Y teniendo tanto y tan duro trabajo, ¿por qué no terminar con la injusticia que supone tener a los presos a cientos de kilómetros? Es necesario terminar con el alejamiento.


Artículo publicado en Diario Noticias de Navarra, Noticias de Gipuzkoa, Noticias de Alava,

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