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Gora Euskadi sozialista, gora… gora Euskadi askatuta!

(“¿Qué pide el pueblo? / ¡Libertad! / ¿Qué pide el pueblo? / ¡Qué los presos salgan a la calle! / ¿Qué pide el pueblo? / ¡Que los perros (policía) entren en la cárcel! / ¿Qué pide el pueblo? / ¡Una Euskadi libre!

¡Viva una Euskadi socialista, viva… viva una Euskadi libre!”)

En la década de los 70, en nuestra niñez, solíamos cantar esta canción y otras parecidas. El estado español salía a duras penas de una dictadura que duraba 40 años y poco a poco llegó la democracia, con toda su grandeza, y una transición en la que para algunos las cosas se dejaron demasiado atadas, haciendo imposible que se pudieran materializar los anhelos de los defensores de determinadas opciones políticas, y para otros en cambio, el nuevo marco era suficiente y daba la oportunidad de desarrollar cualquier idea. Lo que es innegable es que con la democracia se recuperaron la libertad y los derechos, y como ocurría en los países avanzados la soberanía volvía al pueblo y se establecía el juego de las mayorías.

Y para cuando los aires de libertad empezaron a entrar por nuestras puertas y ventanas un elemento intruso ya se había colado por las rendijas: la banda terrorista ETA.

Y para cuando los aires de libertad empezaron a entrar por nuestras puertas y ventanas un elemento intruso ya se había colado por las rendijas: la banda terrorista ETA. No está de más recordar que el brazo político de ETA no ha obtenido nunca, ni de lejos, una mayoría suficiente para gobernar, pero se ha valido de las pistolas y las bombas de su “hermano mayor” ETA para incidir en nuestra sociedad de manera absolutamente desproporcionada y para autoproclamarse en la voz del pueblo en innumerables ocasiones: sin la legitimidad que en democracia da el respaldo de las mayorías, y por medio de la violencia, que no tiene legitimidad alguna. Justo cuando estábamos emancipándonos del autoritarismo de “papá” Franco, llegó el “hermano mayor” ETA, vestido con un colorido disfraz de libertad, despreciando la voluntad y la soberanía de los que vivíamos en casa y pretendiendo imponerse por la fuerza.

No tenían el respaldo de la sociedad vasca y navarra, pero gracias al comodín de la violencia y a una potente maquinaria de hacer propaganda –sectaria y engañosa- lograron influir en la política, en la cultura y en los movimientos sociales con el ánimo de manejarlos a su antojo, y consiguieron que las proclamas que se recogen en la canción que citamos al inicio de este texto fueran las únicas que se expresaran en la sociedad, como si la sociedad entera estuviera detrás de ese todo compacto que proclamaban. Se autodenominaron Movimiento de Liberación Nacional Vasco y se apropiaron de la calle.

No tenían el respaldo de la sociedad vasca y navarra, pero gracias al comodín de la violencia y a una potente maquinaria de hacer propaganda –sectaria y engañosa- lograron influir en la política, en la cultura y en los movimientos sociales con el ánimo de manejarlos a su antojo

La niebla de su propaganda distorsionaba la realidad, y además ya se encargaban ellos de mezclarlo todo: el conflicto político con el uso de la violencia y con la reivindicación de los derechos de los suyos –defendiendo a su vez la conculcación de los derechos de los otros-. En relación al conflicto político huelga decir que en democracia las diferencias se encauzan a través del debate y de los acuerdos. Y qué bien que exista el conflicto político, porque durante 40 años no lo hubo, ya que unos iluminados que estaban por encima de la voluntad de la ciudadanía así lo decidieron, pues ya sabían ellos que lo mejor para el pueblo era su ideología totalitaria y su régimen fascista, y cuando parecía que la ciudadanía recuperaba la mayoría de edad, llegaron los otros iluminados, y emponzoñaron la política, los movimientos sociales y culturales, y lo pervirtieron todo.

Y a pesar de que hacían una defensa sectaria de los derechos de las personas que les eran afines, por desgracia está probado que tal y como denunciaban, hubo torturas y conculcación de derechos, y que el terrorismo de estado hizo de las suyas, con todo lo que eso supuso: el inmenso e injusto sufrimiento que se infligía a esas víctimas –llegando en algunos casos a ocasionarles la muerte- y el daño que se le hacía al estado de derecho.

Pero existía otra cruda realidad que nunca se denunciaba en las movilizaciones callejeras, una realidad de la que casi nadie hablaba: la de los asesinatos de ETA, los secuestros, las extorsiones, las amenazas… ¿Y por qué se silenciaba de todo esto? ¿Quizás porque era ETA la autora de estos crímenes? ¿Quizás porque ETA y su brazo político manipulaban los hilos de las reivindicaciones callejeras? ¿Quizás porque habían inoculado el virus del miedo? ¿O porque toda la propaganda que maquinaron estaba haciendo su efecto en la sociedad?

Hay que reconocer que lo que ofrecía este autodenominado movimiento de liberación era muy atractivo, sobre todo para la juventud: nos vendían que ofrecían la forma más auténtica de ser jóvenes, y a su vez necesitaban a los jóvenes para nutrir su militancia. Pero no se trataba de una militancia cualquiera, el uso de la violencia o su legitimación era algo que se aceptaba con normalidad, con lo cual los valores éticos se dejaban de lado. Y no faltaron en los pueblos y en los barrios elementos que se dedicaron a captar a chicos y chicas para a lavarles el cerebro: muchos se radicalizaron, otros llegaron a participar en algaradas callejeras e incluso en la “kale borroka” y algunos acabaron en ETA. Qué poco se ha hablado de estos procesos de radicalización, qué poco se mencionan los efectos tan nocivos que ha tenido la violencia en la juventud vasca. Cuánta gente joven se echó a perder. Todo esto merecería una reflexión profunda, pero no parece que esto esté entre las prioridades de muchos.

Y no faltaron en los pueblos y en los barrios elementos que se dedicaron a captar a chicos y chicas para a lavarles el cerebro: muchos se radicalizaron, otros llegaron a participar en algaradas callejeras e incluso en la “kale borroka” y algunos acabaron en ETA

Nosotros también crecimos rodeados de esa niebla, pero por suerte nuestras familias y nuestro entorno nos tenían agarradas de la mano para que no nos perdiéramos en la bruma, y los mensajes que nos emitían en contra de la violencia eran claros. De cualquier manera no era difícil enredarse, ya que como es natural todos aspirábamos a ser más “progres” que nuestros padres y madres, y era bastante habitual sucumbir y acabar sintiendo simpatía por ese movimiento “liberador”.

Y entonces apareció en escena la Coordinadora Gesto por la Paz de Euskal Herria, que con sus movilizaciones propició en ciertos sectores de la sociedad una reflexión en torno a esa violencia que nos atenazaba casi sin darnos cuenta, y nos pusieron frente a esa realidad que aunque estaba delante de nuestros ojos nos resistíamos a mirar: ETA asesinaba casi todas las semanas y varios días por semana . Pero esos muertos no contaban; se les quitaba la vida, todo lo que tenían, pero eso se pasaba por alto y además a las víctimas se le asignaba una infame presunción de culpabilidad: seguro que ETA tenía alguna razón para actuar.

Por lo tanto la lucecita que iluminó nuestros inicios en el camino de la paz fue un principio ético, el fundamental: “no matarás”. Y lo pusimos por encima de nuestros miedos y de nuestras dudas, porque en esos principios está la salvaguardia del bien común y de la convivencia. Y nos pusimos en marcha, y comenzamos a ir a las concentraciones de Gesto por la Paz, que nos ofreció un pequeño mapa para el camino, y aunque el recorrido que nos proponía no era nada fácil, nos atrevimos y nos lanzamos a la calle. Y a lo largo de los años fuimos desarrollando principios como el derecho a la vida, el respeto a las personas, la paz, la justicia, la libertad, la solidaridad, etc. y los aplicamos a nuestra realidad, intentando transformar la sociedad con nuestras acciones.

aunque el recorrido que nos proponía Gesto por la Paz no era nada fácil, nos atrevimos y nos lanzamos a la calle. Y a lo largo de los años fuimos desarrollando principios como el derecho a la vida, el respeto a las personas, la paz, la justicia, la libertad, la solidaridad, etc.

En los inicios nos movió una responsabilidad cívica, acudíamos a las concentraciones de Gesto pero la mayoría de las veces no sentíamos a las víctimas como algo afín. Pero llegó la víctima cercana, y con ella empezamos a sentirnos cerca de las otras. Más tarde empezamos a disgustarnos por los asesinatos, por los secuestros, y comenzamos a empatizar con las víctimas y sus familiares, y según pasaba el tiempo el sentimiento de indignación ante los atentados era total, así como el convencimiento de que todo aquello era una tremenda injusticia. Y a lo racional se le unió lo emocional y nos fuimos haciendo fuertes y cada vez estábamos más convencidas de que lo que hacíamos era lo correcto.

Lo que he relatado en los últimos párrafos es una experiencia personal mía y de muchos compañeros y compañeras de camino, y lo comparto porque es posible que pueda servirle de ayuda a alguien. Creo que es imprescindible analizar todo lo sucedido a la luz de los principios éticos, revisar lo que hemos hecho y lo que hemos dejado de hacer. Nunca es tarde y se lo debemos a esta sociedad, sobre todo a las generaciones futuras, porque si no revisamos lo acontecido, si no corregimos nuestros errores, si hacemos como si nada de esto hubiera pasado es posible que la historia se repita y, sinceramente ¿Queremos que nuestro futuro sea un reflejo de nuestro pasado? Si la respuesta es no, algo tendremos que hacer. Y hay personas que por sus actos y por la responsabilidad que han tenido en los tristes hechos acontecidos en las últimas décadas deben hacer una profunda autocrítica; éste sería el mejor legado que podrían dejar. Esto no se arregla con un “todo el mundo tiene su parte de responsabilidad” y “todo el mundo ha cometido errores”, porque esa es la fórmula perfecta para que nada cambie, porque si no hay autocrítica y cada uno no asume su responsabilidad, todo vale y no hay nada que mejorar.

si no revisamos lo acontecido, si no corregimos nuestros errores, si hacemos como si nada de esto hubiera pasado es posible que la historia se repita y, sinceramente ¿Queremos que nuestro futuro sea un reflejo de nuestro pasado?

En resumidas cuentas, todos y todas hemos salido perdiendo con la violencia y la pérdida de valores, sobre todo las víctimas, que fueron las que sufrieron el ataque directo de la violencia, pero nuestra sociedad también se ha quedado muy tocada ya que la violencia ha dejado una huella muy oscura y profunda.

Acabo este escrito citando las clarividentes palabras que pronunció Maixabel Lasa en el acto de homenaje a su marido en el 20 aniversario de su asesinato a manos de ETA: “no se le puede pasar este marrón a la siguiente generación para decir que lo que sucedió no pudo haber sucedido. Simplemente eso».

todos y todas hemos salido perdiendo con la violencia y la pérdida de valores, sobre todo las víctimas, que fueron las que sufrieron el ataque directo de la violencia, pero nuestra sociedad también se ha quedado muy tocada ya que la violencia ha dejado una huella muy oscura y profunda.

 


Maite Leanizbarrutia Biritxinaga

Miembro de la desaparecida Coordinadora Gesto por la Paz de Euskal Herria y de “GOGOAN-Por una Memoria digna”.