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Ayer, como cada 19 d junio de los últimos nueve años, la familia Puelles nos invitó a pasar un rato en la calle, allá donde asesinaron a Eduardo, su hermano, su hijo, su aita, su amigo…
Aquello está lejos. Tanto, que ni es Bilbao, sino Arrigorriaga. Pero eso es lo de menos. Lo de más es que por medio de estos sencillos homenajes y testimonios de memoria, el recuerdo de Eduardo permanezca y el hecho de su asesinato lo denunciemos cada año, para que el tiempo no lo engulla y lo convierta en algo trivial, propio de viejos que rememoran historietas y batallas que nunca ganaron. No. La idea es pensar que aunque algunos de los presentes, como yo, no conociésemos a Eduardo, sí reconocemos, sin embargo, que aquello que le hicieron fue una injusticia, un asesinato y que nada, absolutamente nada, puede explicar o comprender esa sangre derramada.
Durante este rato, allá, en Santa Isabel, nos cambiamos abrazos, flores y miradas, cada vez menos tristes, porque es cierto que el tiempo amilana las lágrimas y rebusca en los ojos una sonrisa, por leve que sea. La victoria de los Puelles es revivir el nombre y la vida de Eduardo, ya que no le dejan marchar al olvido. La victoria de los congregados ayer en La Peña, fue poner a Eduardo en medio de ese lugar donde lo mataron y rescatar su mirada, gafosa, sonriente y única, como cada ser humano tiene.
Josu, su hermano, nos contó cosas, como suele hacer. Con algunas no estoy de acuerdo; es más, discrepo abiertamente. Pero no es importante eso, no, no lo es. Porque lo importante es acudir, estar, mirar, apoyar, llevar abrazos y sonrisas a Paqui, a Rubén, a Asier, a Arantxa, a Josu… Lo importante es recordar que matar a un hombre no valió para nada y solo fue eso: matar a un hombre, con lo que tiene de injusto para él y de inmenso dolor para todas las personas de su alrededor.
Seguimos en la brecha de la memoria. Digna, por supuesto.
Besarkada bat, Puelles jaun-andreak
Fabián Laespada